"Negamos Nuestra Propia Existencia"
Si
no fuera tan alarmante, sería motivo de risa. El sombrero ostentaba un
logotipo bastante simpático, la silueta de una cabeza humana abierta
con bisagras, dejando ver una antena de microondas.
Debajo
del dibujo figuraba la siguiente leyenda: “We deny our own existence”
–negamos nuestra propia existencia- ...angustioso detalle de una
agencia de inteligencia tan secreta que sus integrantes no temen
imprimir su emblema y dejarlo, a modo de tarjeta de visita, en el
asiento trasero del coche de una de sus víctimas, una mujer hostigada
por el incesante bombardeo de microondas de origen desconocido.
¿Verdad
apremiante o producto de mentes delirantes? ¿Resulta posible controlar
el comportamiento humano a distancia mediante el uso de microondas o
dispositivos implantados en el cuerpo de la víctima? Los estamentos
oficiales niegan la existencia de semejante tecnología, tachando a las
víctimas del control mental o del hostigamiento electrónico de
conspiranóicos o chiflados.
Tampoco es que se trate de un fenómeno Made in the USA, ya que se conocen casos mundialmente.
En el Reino Unido, los medios se hicieron eco de las reclamaciones de
Regina Cullen, una mujer cuyas experiencias con el mundo de la
criptoelectrónica comenzaron cuando ofendió a un fontanero –francmasón,
según ella– que había hecho un mal trabajo en su casa. En Suecia, Lars
Ulrichsen acudió a su dentista para una profilaxis rutinaria y acabó
con extraños dispositivos colocados en su cráneo.
Para
poder ingresar en el tenebroso país de las maravillas del control
mental, resulta necesario dejar atrás cualquier concepto previo que
podamos tener sobre el estado actual de la tecnología o la falta de
miramientos que pueda tener un gobierno hacia sus ciudadanos...
El Hombre Del Subfusil
La
vida del estudiante universitario –reflejada en los productos de
Hollywood como una interminable fiesta llena de bebidas y aventuras
sexuales– tiene su lado menos atractivo, que consiste en las duras
noches de estudio y la preocupación por aprobar el curso. Para algunos
esta preocupación resulta en trastornos emocionales que pueden llevar a
las crisis nerviosas o hasta el suicidio, pero... ¿fue esto lo que
sucedió en Montreal en 1989?
El
6 de diciembre de este año ha quedado grabado en sangre de manera
inolvidable para los habitantes de la más europea de las ciudades de
América del Norte. A las 17:10 horas del fatídico día, un hombre –
posteriormente identificado como Marc Lepin – irrumpió en la Ecole
Polytechnique de Montreal portando un rifle semiautomático con la
misión que le había sido encargada por los demonios de su mente – matar
cuantas mujeres como fuese posible.
En
una manera metódica y fría que no volvería a verse sino hasta una
década después en las aulas de Columbine, Lepin deambuló por la
cafetería del instituto, las aulas y los pasillos, perdonando la vida
de los varones – ya fuesen estudiantes o docentes – y abriendo fuego
contra las féminas que cruzaban su paso.
Catorce estudiantes perdieron la vida en menos de veinte minutos por el
delito de tener ser mujeres; otras doce quedaron heridas, con sus vidas
cambiadas para siempre.
Marc
Lepine portaba una nota de suicidio en el bolsillo de su cazadora,
señalando al feminismo como la raíz de todos sus problemas personales,
y señalando más de una docena de funcionarias notables del gobierno de
Québec como el objeto de su venganza.
El
jefe de la brigada de investigaciones criminales de esa provincia,
Jacques Duchesneau, se negó a divulgar los nombres de las mujeres
seleccionadas por Lepin, pero comentó que “[Lepin] lo había hecho por
razones políticas. Dijo que las feministas le habían arruinado la
vida y que la vida no le había ido bien, especialmente en los últimos
siete años. Dijo que el ejército canadiense le había rechazado por su
bajo índice de sociabilidad...”
Las
autoridades determinaron asimismo que Lepin no tenía vínculo alguno con
la politécnica, pero que parecía tener un conocimiento cabal de la
instalación y sus salones. Lepine, según las autoridades, disparó
contra su primera víctima en un pasillo antes de entrar en un salón de
clases y mandar a los hombres y mujeres a pararse contra paredes
opuestas.
Aquellos que pensaron que se trataba de una
broma por parte del hombre armado y vestido de cazador se dieron cuenta
de su seriedad tras el primer disparo; Lepine mató a seis mujeres en el
salón y salió tranquilamente, encaminándose a la cafetería, donde mató
tres mujeres más. Subió al tercer piso para proseguir su cacería
humana, ultimando cuatro estudiantes más en su salón de clase. Después
de esto, Lepine puso fin a su existencia con el mismo rifle.
Mientras
que la prensa canadiense se llenaba de notas que deploraban la matanza
de las jóvenes estudiantes y el caos de la sociedad actual, otros
periodistas se dieron a la labor de investigar un aspecto siniestro.
¿Qué había de cierto sobre la existencia de vínculos entre la CIA y
Marc Lepine?
Los periodistas
Greg Watson y Jack Aubry del rotativo Toronto Star, con fecha del 7 y 8
de febrero de 1990, trazaron la compleja y fascinante madeja de la vida
de Lepine, hijo de Liass Gharbi, un algeriano al servicio de la
desparecida Investor Overseas Services, empresa que pudo haber sido
utilizada en la década de los ’60 por la CIA para financiar sus
actividades secretas.
El tío
de Lepan había pertenecido a una estructura militar élite dentro de las
fuerzas canadienses y supuestamente lo había adiestrado en el manejo de
las armas de fuego. Los periodistas también dieron con una conexión más
tenebrosa y directa con el oscuro mundo de los servicios de
inteligencia: un “padrastro” que entró en la vida del joven Lepine a
sus 14 años de edad por medio de la reconocida organización Big
Brothers Association (asociación norteamericana cuyas miras consisten
en proporcionar figuras serias y responsables en las vidas de jóvenes
huérfanos).
Este
desconocido, cuyo nombre ni paradero pudieron ser establecidos por los
periodistas Watson y Aubrey, supuestamente contaba con un “trasfondo
extenso en el uso y diseño de aparatos electrónicos” y había regresado
a Europa repentinamente, sin dejar rastro de su existencia.
El
investigador George C. Andrews, con base a estos datos, sugirió la
posibilidad de que el misterioso “padrastro” fuera responsable de haber
iniciado el acondicionamiento mental del joven Lepine (cuyo verdadero
nombre era Gamil Gharbi) mediante sesiones de hipnosis y el uso de
dispositivos de electrónica avanzada –la técnica de control mental
conocida por las terribles siglas RHIC-EDOM (Radio Hypnotic
Intracerebral Control– Electronic Disolution of Memory, o control
intracerebral radiohipnótico con disolución electrónica de la memoria).
“RHIC-EDOM,”
explica Andrews, “es capaz de programar a un individuo para realizar
acciones como un asesinato mientras que a la vez borra todo el recuerdo
del evento, así como el acondicionamiento mental que tomó lugar.”
Andrews señala que el hecho de que la nota de suicidio de Lepine
rezase: Voy a morir el 6 de diciembre de 1989 refleja el
acondicionamiento del sujeto con las técnicas de RHIC-EDOM.
RHIC-EDOM,
digna de las más rabiosas películas de ciencia-ficción, apareció por
primera vez como un documento preparado por la CIA justo después del
asesinato del presidente Kennedy en 1963. El informe –de 350 páginas de
extensión– explicaba la manera en que un ser humano podía ser
convertido en un robot electrónicamente controlado y capaz de matar por
demanda.
Durante la fase
RHIC, el individuo entraría en estado de trance y recibiría las
sugerencias que serían activadas por ciertas palabras, tonalidades, o
hasta colores. La fase EDOM del acondicionamiento, sin embargo, la
interferencia electrónica con el cerebro humano causaría que los
niveles de acetilcolina presentes en la corteza cerebral produjeran una
especie de “estática” capaz de bloquear tanto el sentido de la vista
como el del oído.
Resulta
igualmente posible hacer obstruir o borrar recuerdos, o hacer que el
sujeto del experimento sienta que un evento haya tomado lugar mucho
después de que se haya producido en realidad.
Por
más que pueda escandalizarnos la inhumana frialdad de cualquier
servicio de inteligencia capaz de desarrollar semejantes técnicas,
debemos preguntarnos: ¿por qué Lepine? Y ¿de qué le servía a la CIA
matar a las ciudadanas de un país no sólo amigo, sino vecino?
Recordemos que ese mismo año se había producido una matanza igual de
atroz en una guardería infantil en Stockton, California (17 Ene 1989)
por Patrick Hurdy, otro “loco” armado de subfusil.
Algunos
conspiranoicos opinaron que la muerte de inocentes en ambos lados del
continente tenía por mira hacer que el público reclamara a los
políticos una prohibición total de las armas automáticas, lo que sólo
se conseguiría a través de una suspensión total de las garantías
civiles, resultando en una dictadura derechista norteamericana... todo
en aras de la “seguridad nacional”, que ha sido pretexto para toda
suerte de actividades ilegales y herramienta para acondicionar la
opinión pública.
Tal vez esta sea la finalidad en América del Norte, pero ¿podemos decir lo mismo de casos en otras partes del planeta?
Electrodos en Suecia
Una
de los casos más tristes y desesperantes de control mental es el del
sueco Robert Naeslund, quien se presentó en el hospital Soder de
Estocolmo a fines de la década de los ’60 para una cirugía ordinaria
que acabaría arruinando su vida: sin su permiso, el cirujano Curt
Strand insertó un pequeño objeto denominado “transmisor cerebral” en su
cabeza a través de la fosa nasal derecha.
No
fue sino hasta 1983 que el sueco encontró a un profesional de la
medicina interesado en ayudarlo y revisar las radiografías que
claramente mostraban la presencia de cuerpos extraños en la su cabeza.
El
profesor P.A. en Lindstrom de la Universidad de California en San Diego
escribió lo siguiente: “Sólo soy capaz de confirmar que algunos cuerpos
extraños, casi seguramente transmisores cerebrales, han sido
implantados en la base de su cerebro y en el cráneo.
Mi
opinión, no existe excusa alguna para tales implantes.” El galeno pasó
a asociar estas estructuras con RHIC-EDOM y con ESB, la estimulación
electrónica del cerebro que incluye la telemetría cerebral, o control
mental absoluto.
Pero
obtener la confirmación de un experto -y posteriormente diez más- y
hallar un cirujano dispuesto a extraer los implantes eran dos cosas muy
distintas.
Naeslund se vio
obligado a desplazarse hasta Indonesia, donde un médico de la ciudad de
Djakarta –el profesor Hendayo– examinó las radiografías y programó la
intervención quirúrgica para el 11 de agosto de 1987. Pero algo muy
raro había sucedido entre la entrevista inicial con el cirujano y el
día en que se practicaría la extracción de los implantes: Hendayo,
inicialmente compasivo y bondadoso, se había tornado irritable y tenso.
Informó
a su paciente que “había surgido un imprevisto” y que lo mejor sería
aplazar la cirugía. Naeslund se negó rotundamente, insistiendo que el
galeno realizara el procedimiento. El profesor Hendayo accedió de mala
gana y un enfermero administró la anestesia al paciente.
“A mitad de la intervención”, escribió Naeslund en carta al primer ministro sueco Carl Bildt:
“me
desperté con un terrible dolor de cabeza. Mis brazos y piernas estaban
sujetados con correas...experimenté la sensación de que mi cabeza
estaba a punto de estallar. El dolor me hizo gritar y traté de soltarme
de las correas, pero el dolor y el shock me hicieron desfallecer. Lo
próximo que recuerdo es que eran las 2 de la madrugada y que habían
transcurrido 18 horas desde la operación”.
Pero
algo más terrible aún aguardaba al implantado: a pesar del terrible
suplicio, los implantes seguían en su lugar como siempre. El médico
indonesio le dijo, sin inmutarse, que la policía secreta de su país
había tomado cartas en el asunto. “Usted debió haber seguido mi consejo
y pospuesto la cirugía para otro momento.”
Naeslund
descubrió —horrorizado— que el servicio secreto sueco (SAPO, por sus
siglas suecas) parecía haber seguido sus pasos mediante la telemetría
mental hasta Djakarta, avisando a la estación local de la CIA a
intervenir en el proceso. A raiz de esto, el desventurado Naeslund
regresó a Escandinavia para dedicarse a investigar la participación de
los servicios de inteligencia en el mundo del control mental: se
encontraría con que la SAPO se valía de ciudadanos inocentes para
programas de investigación a largo plazo desde sus emplazamientos en
Tjädergarden, justo a las afueras de la ciudad de Sundsvall.
Dichos
experimentos tenían que ver con el uso de armas electromagnéticas y su
efecto sobre la mente y el cuerpo humano. Naeslund acabaría por formar
una entidad dedicada a luchar contra el control mental, la
International Network Against Mind Control.
Ossian Anderson Figuró Entre Estas Cobayas Humanas
En
carta al gobierno de su país, Anderson se quejó de que el bombardeo de
radiación ultrasónica al que se le había sometido le producía jaqueca
constante, mareos, pérdida de la orientación y trastornos de la vista,
así como degeneración de la inteligencia con trastornamiento de la
circulación. “Las armas acústicas,” señaló el señor Andersson:
“no causan lesiones, sino que transmiten una desorientación nebulosa
capaz de alterar las actividades organizadas del individuo. Estas armas
funcionan mediante la creación del caos en la vida de la víctima.”
En
1984, el periodista Edward Kelley, extranjero afincado en Suecia desde
los ’70, contrajo una enfermedad sumamente extraña después de haber
solicitado información del Ministerio de Salud y Seguridad Social
acerca de la experimentación con pacientes. Una semana después de haber
realizado la petición, Kelly sufrió fuertes dolores en la espalda que
le impedían salir de la cama; sus amigos observaron fenómenos extraños
en el piso que ocupaba el periodista en Estocolmo.
Documentos
engrapados a las paredes se rizaban y caían, y posters adheridos con
cinta adhesiva se caían por su propio peso. El gato del periodista se
rehusaba a negar en el cuarto de su amo. En menos de un año, Kelly
moría en su país adoptivo de un cáncer fulminante.
Curiosamente,
la muerte del periodista se produciría en el hospital Karolinska de
Estocolmo, donde desde 1946 se venía practicando la trepanación de
pacientes, sin su consentimiento, para insertarles electrodos que les
esclavizarían a un receptor central mediante ondas de radio.
Se sabe que la implantación de transmisores
en este centro médico prosiguió hasta bien entrada la década de los
‘70, cuando una mujer recibió un implante justo por debajo de la sien
izquierda. Las radiografías muestran manchas oscuras que sugieren la
reducción en el nivel de oxígeno al cerebro debido a las ondas radiales.
La
turbulenta década de los ’70, dominada por la guerra de Vietnam y la
crisis petrolera, también fue conocida por las rebeliones
universitarias en casi todos los países del mundo. El dirigente de un
sindicato universitario turco, Yaggi Haci Omar, tras de encabezar
múltiples manifestaciones contra el gobierno de su país en pro de los
derechos humanos, se vio obligado a huir de Turquía y solicitar asilo
en Suecia.
A diferencia de
Francia, que siempre ha acogido a los refugiados políticos, los
servicios de inteligencia suecos parecen no haber estado de acuerdo con
la presencia de Omar en su tierra. Según el libro Cybergods (Gruppen,
1998), a los pocos meses de estar en la nación escandinava, el
activista turco comenzó a sentir una especie de señal de radio dentro
de su cráneo. El extraño fenómeno comenzó a intensificarse y no tardó
en poder escuchar voces que le hablaban de forma inteligible, haciendo
comentarios sobre cualquier actividad realizada por Omar.
Aterrorizado
por la experiencia, el activista estudiantil fue conminado por las
voces a suicidarse, arrojándose por la ventana de un cuarto piso.
Gravemente lesionado, Omar fue trasladado al psiquiátrico de
Ullerakers, donde se le administraron poderosas drogas psicoactivas
antes de ser sometido a una lobotomía láser que alteró su personalidad
totalmente. Según el libro, expertos de una empresa electrónica sueca
sometieron a Omar a una prueba con un analizador espectroscópico,
comprobando que el sujeto tenía una longitud de onda de 38 kilohercios
operando dentro de su cerebro a una potencia de diez microvoltios.
“Mediante esta técnica”, explican los autores de Cybergods, “el
asesinato puede cobrar el aspecto de un suicidio, y personas educadas e
inteligentes pueden transformarse en esquizofrénicos paranoicos”.
John
Lambros, ciudadano estadounidense encarcelado en Brasil, informó a la
revista norteamericana MIM (Octubre de 1994) que la policía brasileña
lo había implantado con “material radiotransmisor”.
Lambros
afirma haber sido víctima de tortura durante los trece meses que
permaneció encarcelado hasta su extradición. La policía federal en
Brasilia, arguye Lambros, había colocado implantes biomédicos dentro de
su cuerpo que pueden verse en las radiografías de su oído derecho.
Pero
el hostigamiento por microondas y dispositivos electrónicos no existe
sólo en los países de occidente. En Japón se comienza a crear
conciencia sobre los llamados “crímenes de ondas eléctricas” o EWC.
Dada la reserva de la sociedad japonesa por regla general, los que han
salido a la luz pública revelan la existencia de una situación muy
parecida a las de occidente: dolores de cabeza, dolores musculares,
intercepción del pensamiento y otros daños psíquicos.
La
policía japonesa se ha negado a reconocer la existencia del EWC,
sugiriendo que las experiencias son resultado de trastornos
psiquiátricos y no de tecnología avanzada. Por el momento se sabe de la
existencia de dos colectivos de victimas del acoso electrónico, uno de
ellos bajo el nombre de “Panawave Lab” y el otro “Testimonios de las
víctimas de control mental japonés”, con seiscientos y doscientos
miembros respectivamente.
Los
japoneses que padecen el acoso electromagnético se debaten el origen de
su malestar. Algunos consideran que están siendo hostigados por ondas
electromagnéticas o de tecnología escalar, ondas supersónicas o
implantes operados por elementos de la policía secreta japonesa, pero
muchos se han aventurado a sugerir que grupos religiosos (al estilo de
Aum Shinrikkio) o hasta individuos con poder sobrenatural, puedan ser
los responsables.
En nuestros
tiempos resulta engorroso tener que realizar cirugías para implantar a
las víctimas de la vigilancia por fuerzas extrañas. Lo verdaderamente
“moderno” está personificado por el rifle ID SNIPER, que puede disparar
un microchip GPS (sistema de posicionamiento global) a larga distancia
contra cualquier individuo. El implante penetra en el cuerpo y la
víctima piensa que le ha picado un mosquito. El progreso en estos
asuntos es tristemente innegable...
El Maravilloso Mundo de las Microondas
Pedro
Albizu Campos, presidente del Partido Nacionalista Puertorriqueño y
máximo exponente de la causa de la libertad para dicha isla caribeña,
fue encarcelado por las autoridades norteamericanas por sus actividades
políticas. Durante su encarcelamiento en la antigua prisión La Princesa
en San Juan de Puerto Rico, Albizu se quejó de que los agentes del
ejercito de Estados Unidos, particularmente los del U.S. Navy, lo
estaban agrediendo y quemando con “rayos electrónicos de bellos colores
y gran precisión” que lo bañaban con lo que posiblemente era radiación
nuclear, con el fin de causar un cáncer galopante que cegara la vida
del adalid independentista.
Albizu
padeció su primer ataque de microondas se produjo en Febrero de 1951,
perdiendo el conocimiento como resultado. Algunos meses después se
produciría el segundo bombardeo, con los siguientes siete u ocho
produciéndose entre 1951 y 1953.
Albizu
comenzó a protegerse la cabeza y el cuerpo con paños húmedos debido al
intensísimo calor que sufría durante el ataque. Varios médicos,
incluyendo el Dr. Orlando Damuy de la Asociación Cubana contra el
Cáncer, tuvieron la oportunidad de examinar al paciente y
diagnosticaron que las llagas que desfiguraban el cuerpo de Albizu eran
producto de “radiaciones intensas”. Se comenta que cuando los galenos
colocaron una presilla de metal con una película sobre el cuerpo del
preso político, la película quedó totalmente irradiada.
Aunque la tecnología máser no existiría
“oficialmente” por al menos una década más, la existencia de las
microondas y sus posibles usos se remonta a 1945, cuando el técnico
Percy Spencer descubrió accidentalmente que resultaba posible cocinar
con ellas, la naturaleza potencialmente mortífera de estos rayos
siempre ha representado una fuente de preocupación en Puerto Rico,
máxime con la proliferación de enormes torres de microondas erigidas
durante la última década por empresas de servicio telefónico celular y
por los estamentos militares.
El
opúsculo Contaminación Electromagnética y Lucha Comunitaria (San Juan:
CILDES, 1997) por Manuel Muñiz Fernández realiza la crónica de todos
los esfuerzos realizados por la abrumadora y peligrosa presencia de las
torres de transmisión de microondas en un entorno de espacio reducido
como lo es Puerto Rico, detallando los efectos producidos sobre la
salud humana por esta radiación.
Se
señalan los siguientes: destrucción / transformación por calentamiento
del tejido biológico, adhesión de lentes de contacto a córneas,
cataratas, cambios fisiológicos, cambios de conducta que pueden incluir
fatiga, insomnio, cambios de memoria, jaquecas, estrés y cambios en los
sistemas inmunológicos y reproductivos del cuerpo humano.
Todos
estos padecimientos serían la consecuencia de la exposición puramente
accidental a fuertes concentraciones de microondas, pero ¿qué sucedería
si dicha radiación fuese aplicada deliberadamente? Nos basta con leer
el martirio de Pedro Albizu para ver las consecuencias.
El
ejército estadounidense anunció en fechas recientes que se proponía
hacer uso de “armas de microondas” en Irak como parte de su política de
armas no letales contra civiles.
El
periódico británico Daily Telegraph en su edición del 19 de septiembre
de 2004 incluyó una nota por Tony Freinbert y Sean Rayment sobre el uso
de estas armas de microondas o de “rayos electromagnéticos” adosadas a
vehículos militares.
Dice
el texto: “Usando tecnología semejante a la que ya existe en los hornos
de microondas convencionales, el haz de energía calienta las moléculas
de agua dentro de la piel rápidamente, causando dolor intolerable y
sensaciones de ardor. El rayo invisible penetra la piel a una
profundidad inferior a un milímetro. Tan pronto como el objetivo se
aparta del haz, el dolor desaparece....”
El
trabajo de los periodistas británicos pasa a señalar que el Pentágono
considera que la ausencia de efectos secundarios hace de los cañones de
microondas “[armas] particularmente útiles en los conflictos urbanos.
El haz puede utilizarse para dispersar multitudes en las que operan los
insurgentes y en espacios confinados, tanto contra civiles como
uniformados”.
La nota del
Telegraph incluye las declaraciones de Rich García, portavoz del
laboratorio de investigaciones de la fuerza aérea en Nuevo México, que
afirma que el haz de microondas tiene un kilómetro de alcance y “te
hace sentir que tu piel está ardiendo”.
Los
carros de combate que portarán los cañones de microondas (conocidos
como ADS, Active Denial Systems) se denominan “Sheriffs” (comisarios) y
seis de ellos entrarán en servicio en septiembre del 2005. Si su misión
tiene éxito, el Pentágono piensa hacer uso de ellos en zonas de combate.
Pero
estos “juguetes” no están reservados a las fuerzas armadas: entre las
armas de microondas más diabólicas que existen en la actualidad figura
el Rifle EMP, que incluye un magnetrón militar de microondas de
cincuenta mil vatios y con alcance de trescientas yardas.
Digno
de las tropas imperiales de Star Wars, el Rifle EMP puede destruir
microprocesadores, causar la ionización del aire o gases, borrar datos
de cualquier ordenador, crear sonidos RF y averiar instrumentos de
tecnología sólida. Sin embargo, se trata de algo perfectamente legal y
obtenible por cualquier ciudadano que pueda pagar su costo.
El
hecho de que el gobierno se exprese tan abiertamente sobre el tema y
ofrezca detalles sobre el despliegue de estas armas nos lleva a pensar
que los ataques de microondas a civiles –ya sea por razones de control
mental u hostigamiento político– son perfectamente factibles y apoyan
los espeluznantes relatos que nos brindan las víctimas de estas armas
en distintas partes del planeta. Pero el uso de las microondas no acaba
ahí...
Según la escritora Anna
Keeler en su ensayo “Mind Control Technology”, las microondas,
moduladas a frecuencias biológicas muy bajas, pueden interferir con las
funciones neuroeléctricas, reduciendo el rendimiento del individuo,
creando sensaciones de malestar físico o síndromes diversos –todo esto
a intensidades por debajo de diez mil microvatios por centímetro
cuadrado-.
Estos bajos
niveles energéticos –si bien no aptos para el campo de batalla– son
igualmente devastadores contra individuos, ya que pueden crearse
trastornos cardiacos, sofocamiento y reacciones afectivas como
excitación, tensión subliminal, sugestibilidad y cambios en las ondas
cerebrales: cosas que George Orwell jamás hubiera concebido en su
distópica 1984.
Y fue
precisamente en 1984 que las mujeres responsables por las
demostraciones pacíficas contra la presencia militar de EE.UU. en
Inglaterra comenzaron a enfermarse.
El
colectivo denominado Cruisewatch, acampado a la entrada de la base
militar Greenhan Commons como protesta contra la presencia de los
misiles crucero en las Islas Británicas, comenzó a experimentar
sensaciones físicas extrañas en otoño de 1984, cuando las fuerzas
militares y policíacas encargadas de mantener el orden se esfumaron
repentinamente y una serie de antenas extrañas aparecieron
repentinamente dentro del recinto militar.
Kim
Bealy, coordinadora de los padecimientos físicos sufridos por las
activistas, señala que los malestares incluyeron parálisis repentina,
trastornos del habla, desangramiento retinal y síntomas psicológicos
que iban desde la pérdida de concentración hasta la pérdida de memoria.
¿Control Mental No Gubernamental?
Por
repugnante que pueda parecernos el hecho de que un gobierno, ya sea de
occidente o de oriente, haga uso de radiaciones para controlar a sus
ciudadanos o afectar el comportamiento de los posibles enemigos del
régimen, se trata de algo que hemos podido experimentar en la gran
pantalla por muchas décadas, desde el “lavado cerebral” del Candidato
Manchuriano interpretado por Frank Sinatra en el largometraje de 1968
hasta los conceptos de control mental expuestos en otras producciones
como Johnny Mnemonic, The Lawnmower Man (1990) y Telefon (1977).
Conscientes de lo que es capaz de hacer la cúpula política por mantener
las riendas del poder, pasemos a examinar lo que significaría dicho
poder en manos particulares.
Desde
hace varios años se han escuchado quejas por víctimas del hostigamiento
por microondas que sus victimarios no parecen ser agentes del gobierno
ni agentes de fuerzas extranjeras, sino grupos privados interesados en
hacer enloquecer a ciertos individuos.
“Cada
vez que rezo o me siento a leer la Biblia”, explica Tannie Braziel, una
abogada de ascendencia africana en Los Ángeles, California, “me gritan
blasfemias a tal volumen que no me puedo concentrar. Gritan: “¡no
queremos que nadie alabe a Dios!”
“¡Queremos que adores a Satanás!” “¡Dios nos ha concedido su trono y nos ha endiosado!”
La
señora Braziel es propietaria de un próspero bufete de abogados en la
mayor de las urbes californianas, y considera que las voces que la
hostigan no son transmitidas por el aire, sino por debajo de la tierra.
El hostigamiento comenzó en 1991 y las voces corresponden a hombres que
son capaces de vigilar todas sus acciones.
Algunas
de las voces, explica Braziel, corresponden a hombres de raza blanca y
otras a varones de raza negra, que la plagan de insultos y vejámenes
constantes, blasfemando contra Dios, Cristo y el Espíritu Santo. El
hostigamiento no solo ocurre en el hogar, sino en público,
particularmente en el casillero de damas del gimnasio Bally’s en
Hollwood.
“El aspecto más
horrorizante de la intrusión de estos hombres en mi vida”, escribe la
abogada Braziel, “es que son capaces de leer mi mente. Pueden articular
mis pensamientos a la par que se me ocurren, sin importar cuán breve
sea el pensamiento. Creo que estos sujetos se valen de alguna especie
de rastreo satelital o actividad de barrido...a veces me dicen que
ellos son de la policía y que me están brindando protección policíaca.
A veces afirman ser “Dios”.
Si
estas afirmaciones proviniesen de cualquier otra persona que careciese
del nivel cultural y la formación profesional de Tannie Braziel, la
tacharíamos de esquizofrénica y le recetaríamos megadosis de diazepam.
Pero la abogada Braziel no considera que los que la han atormentado por
más de una década sean extraterrestres ni demonios: al contrario,
piensa que su éxito como abogada afroamericana ha sido motivo de
disgusto para la policía de Los Ángeles, cuyo racismo ha sido
desplegado al público varias veces durante la década de los ’90 con la
golpiza propinada al motorista Rodney King y las declaraciones racistas
del policía Mark Fuhrman durante el juicio del exfutbolista O.J.
Simpson.
”Estoy preocupada
no sólo por mí, sino por otras personas de raza negra que puedan estar
experimentando situaciones parecidas pero que no se atreven a buscar
ayuda. Lo que es mas, me preocupa que algunas personas hayan sufrido
lesiones o hayan muerto tratando de evitar o eliminar estas intrusiones
electrónicas en sus vidas...”
Lo
anterior representa tan solo la muestra más breve de la información
disponible sobre el control mental y el hostigamiento por microondas.
Existen amplios dossiers llenos de casos trágicos e información sobre
anteproyectos de ley para prohibir el bombardeo electromagnético o
acerca de las armas y dispositivos de microondas más novedosos en el
mercado. Al pueblo llano le quedan pocas opciones, aparte de evitar
convertirse en blanco de un ataque de microondas motivado por sospechas
gubernamentales o por envidias ajenas.
Pero
existe un tenue rayo de esperanza: ya comienzan a aparecer empresas
especializadas que se dedican no sólo a barrer casas y pisos para
asegurarse de que estén libres de cualquier tipo de emanación
electromagnética, sino para proteger al individuo contra la dominación
y -¿por qué no?– la locura a raíz del uso estas tecnologías.
Las
empresas en cuestión ofrecen Contramedidas de Vigilancia Técnica (TSCM,
por sus siglas en inglés) que intentan determinar si la víctima
efectivamente está siendo hostigada por microondas o por otros medios.
Entre estos medios se señala la protección contra “dispositivos dañinos
de alta energía” cuya fuente puede localizarse fuera de una casa o
condominio o dentro de misma (a través de la modificación ilegal de un
horno de microondas, por ejemplo, para dirigir mil doscientos vatios de
energía contra el usuario).
Entre
los dispositivos más novedosos que representan una fuente de
preocupación para los expertos en contramedidas figuran los cañones de
radar empleados por los departamentos de policía para hacer valer los
límites de velocidad en las carreteras.
Estos
cañones, por sencillos que puedan parecer, tienen una salida de
potencia de hasta tres megavatios; un ciudadano puede obtenerlos en una
tienda de electrónica o de abastos militares con consecuencias
funestas, puesto que las pulsaciones de energía de estos aparatos
pueden causar daño permanente o hasta la muerte de cualquier ser vivo.
Utilizados por una mano experta, los radares pueden producir daño
cerebral o averías en sistemas informáticos (para quienes deseen
destruir el negocio de algún competidor).
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