
La sabiduría de las emociones
“A
veces nos sentimos desbordados por emociones como el miedo, la ira, los
celos, la culpa o incluso la alegría. Creemos que amenazan nuestra paz
interior, y por eso a menudo preferimos ignorarlas. Pero las emociones
en realidad son valiosos mensajes cifrados que nos dicen mucho sobre
nosotros mismos. Si aprendemos a escucharlas y a dialogar con ellas,
nos abrirán un nuevo horizonte vital, lleno de serenidad y mayor
compresión de quienes somos”.
El
miedo, el enojo, la culpa, la envidia, la vergüenza, son emociones que
todos conocemos y que alguna vez hemos sentido. Cuando no sabemos que
hacer con ellas, cuando no hemos aprendido a ver qué problemas nos
señalan y cómo resolverlos, se convierten entonces en puro
padecimiento. Pero no es su único destino. Como en el plano físico, en
el que cada órgano cumple una función específica y necesaria, en el
universo emocional cada emoción cumple también una función de igual
importancia.
Señales vitales
Una
emoción es una tonalidad anímica. Ciertas emociones nos informan de lo
que “tenemos”, como la alegría, la gratitud, la confianza o la
solidaridad, y naturalmente son emociones agradables. Otras nos
informan acerca de algo que nos falta, como la tristeza, el miedo, la
envidia o la culpa. Estas emociones son, sin duda, dolorosas y por una
confusión respecto a ellas las solemos llamar “negativas”, cuando en
realidad no los son. Por el contrario, todas las emociones dolorosas
son valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos
experimentando en ese momento. Por ejemplo, la envidia se define como
un agudo dolor que es activado por la percepción de alguien que ha
alcanzado algo que deseamos y no tenemos y que nos remite a nuestros
propios deseos insatisfechos.
En este
sentido podemos comparar a cada una de las emociones con la luz roja
del salpicadero del automóvil que se enciende y nos indica que queda
poca gasolina. Sin duda es desagradable y eventualmente doloroso
encontrarse con la luz roja, sobre todo si estoy en medio de la
carretera y desconozco dónde está la próxima gasolinera. Pero es
necesario distinguir que el problema no es la luz sino lo que pone en
evidencia: la falta de combustible.
Mente y emociones
La
mente tiene un papel destacado en la gestión de nuestras emociones.
Está en continua interacción con ellas y con frecuencia quieren cosas
diferentes: “Quiero acercarme a tal persona y la mente me frena”…
“Quiero mudarme de casa y la razón se opone”.
Los
diálogos internos nos han hecho creer de forma errónea que entre mente
y emociones existe un antagonismo natural. Y esta conclusión errónea
complica aún más las cosas. Al no saber que hacer con las emociones,
intentamos resolver los problemas que ellas nos presentan dominándolas
o suprimiéndolas. Por ejemplo, estoy en una reunión de trabajo, me
siento triste y tengo ganas de llorar. La mente inmadura dice: “¡cómo
vas a llorar aquí… estás loco…! Siempre tú con tus necesidades
extrañas… déjate de tonterías y presta atención a lo que dicen!”.
Sin
embargo, la relación esencial entre la mente y las emociones es de
complementariedad. La función de la mente es coordinar y posibilitar
las emociones y éste es, precisamente, un rasgo de madurez. Cuando la
mente ha alcanzado esa madurez, ante la situación del ejemplo anterior
responde: “Llorar aquí es difícil, se te va a hacer todo más
complicado. Te propongo irnos lo antes posible y que cuando lleguemos a
casa llores todo lo que necesitas, ¿qué te parece?”. La mente madura
reconoce la realidad del impulso emocional y lo respeta, evalúa las
condiciones externas y sobre esa base propone algo. Propone pero no
ordena.Cuando padecemos una emoción dolorosa crónica eso nos indica una
actitud inadecuada de la mente que evalúa la realidad, o al menos parte
de ella, de forma errónea. Es entonces cuando transformar ese juicio se
convierte en algo muy necesario. Por ejemplo, si tratamos siempre de
reprimir nuestro enfado consecuencia de que deseamos ser tranquilos y
seguros, la mente rechazará aquello que no coincide con nuestro ideal
sobre nosotros mismos.
Nosotros somos
tanto nuestra mente como nuestras emociones. Nuestro destino
“psicológico” dependerá de la relación que establezcamos entre ellas:
podrá ser un camino en el que predomine la insatisfacción y el
sufrimiento o, por el contrario, un camino que recorramos tranquilos,
aprendiendo y con la paz emocional que produce el sentirnos sabia y
amorosamente respaldados (por nosotros mismos).
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