La
idea de poder disponer de flotas de minúsculas naves espaciales baratas
está ahora mucho más cerca de llevarse a la práctica. Un equipo de
investigadores ha ideado una película reguladora de temperatura que es
tan delgada como la hoja de una cuchilla de afeitar. Este avance sitúa
más cerca de la realidad el concepto de la ciencia-ficción de
micronaves espaciales sofisticadas de entre 5 y 25 kilogramos de peso.
En
el espacio no son posibles los procesos que sí funcionan en la Tierra
para eliminar el calor excesivo de la nave espacial o mantenerla
caldeada ante un frío excesivo. Puede parecer muy trivial, pero
controlar la temperatura de una nave espacial es de la máxima
importancia. Y actualmente no hay ninguna forma
de hacerlo para una nave muy pequeña.
Con el elevadísimo costo
por gramo que tiene poner en órbita una carga útil, se espera que las
micronaves espaciales sean un impulso crucial del desarrollo
aeroespacial futuro. Con estas naves miniaturizadas, las agencias
espaciales, las instituciones y las empresas privadas serán capaces de
lanzar más sondas y satélites a un costo más bajo, abriendo ello las
puertas a nuevas aplicaciones para las comunicaciones y otros ámbitos,
que hasta ahora han sido inviables. Pero antes de que la primera
micronave espacial pueda despegar, los científicos necesitan encoger
los gigantescos sistemas de regulación térmica que ayudan a impedir que
las naves actuales se frían al estar expuestas a una mayor irradiación
solar que la que llega a la superficie de la Tierra, o se hielen al ser
expuestas a un frío tremendo en ausencia de esa irradiación.
El
espacio es un ambiente inclemente. Fuera de los
confortables límites de la atmósfera de la Tierra, cada lanzadera o
satélite necesita luchar contra el calor y el frío extremos, las
ráfagas de partículas cargadas del constante viento solar y las
erupciones solares periódicas, el oxígeno atómico corrosivo y el azote
de los rayos ultravioleta. Y, por si fuera poco, también están los
micrometeoritos naturales, y los pedazos de chatarra espacial de viejas
naves los cuales viajan a más de 30.000 kilómetros por hora,
aproximadamente diez veces más rápido que la más veloz de las balas en
la Tierra.
Prasanna
Chandrasekhar y su equipo se propusieron desarrollar una tecnología
termorreguladora que pudiera lidiar con todos estos riesgos y
agresiones pero al mismo tiempo que fuese lo bastante ligera como para
ser utilizada en las micronaves espaciales.
Los sistemas usados en las naves grandes, además de tener las desventajas del peso y el costo, son difíciles o imposibles de
adaptar a las micronaves espaciales.
La innovadora película diseñada por Chandrasekhar podría
aplicarse a las micronaves como una piel, que cambiaría de color desde
lo más brillante a lo más oscuro, basándose en su exposición a la luz
solar o a la oscuridad. El "cambio de color" se manifiesta en el
infrarrojo así como en la franja espectral de los colores visibles.
La
película puede oscilar desde un estado de alta capacidad de emisión, en
el que emite mucho calor, y que resulta idóneo para lidiar con una
exposición a temperaturas altas, hasta un estado de muy baja capacidad
de emisión, en el que retiene el calor interno, y que es el adecuado
ante una exposición a temperaturas heladas.
La termopelícula
también tiene una capa protectora, que consiste en óxidos de silicio y
de germanio, para protegerse del oxígeno atómico que puede corroer las
naves y acortar su esperanza de vida, un problema serio para las
estaciones espaciales y los satélites de
comunicaciones.
Por otra parte, aunque la película está por
debajo del cuarto de milímetro de espesor, es lo bastante fuerte para
resistir el impacto de los micrometeoritos que viajan a través del
espacio.
Todas estas características han sido comprobadas
mediante rigurosas pruebas en las que la película fue sometida a
durísimas condiciones, desde sufrir disparos de proyectiles, hasta
pasar meses expuesta a constantes cambios entre temperaturas extremas,
sobre o bajo cero..
Además de para su uso espacial, la singular
película también puede tener una gran utilidad en la Tierra. En los
países con climas muy cálidos o muy fríos, se podría equipar a los
edificios con recubrimientos de este material, para así controlar de un
modo más eficaz y a bajo costo la temperatura del interior.
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