
Para lograr dicha conversión, investigadores del Centro de Oncología D.
Anderson de la Universidad de Texas emplearon un gen artificial
identificado como REST-VP16 creado para activar un grupo de genes que
permanecen inactivos en las células musculares.
Este experimento contribuyó a demostrar que las células madres pueden transformarse en distintos tipos de células.
"Es asombroso saber que se puede alterar la función final de una célula
mediante una sola molécula", señaló el director del trabajo, Sahan
Majumder, profesor del Departamento de Oncología Genética de la
mencionada institución.
La investigación fue realizada con cultivos de mioblastos (células
embrionarias que originan la fibra muscular), las cuales fueron
inyectadas en el cerebro de ratones sanos, sin ningún efecto secundario.
Majumder señaló que el próximo paso en la investigación es demostrar si
esas nuevas células pueden sustituir a las neuronas dañadas, lo cual
podría representar un paso de avance en la neuroregeneració
n, que hasta ahora había sido estudiada con el uso de células troncales de médula ósea.
Algunos científicos han sugerido que las células madres de médula ósea
están contaminadas con células madres neurológicas o se unen con las
que se encuentran en el cerebro y dan la apariencia de una conversión.
Con el fin de evitar la contaminación Majumder y su equipo utilizaron
mioblastos homogéneos, empleados en estudios sobre diferenciació
n muscular.
El gen REST-VP16 bloqueó la diferenciació
n muscular de las células, las que comenzaron a mostrar propiedades neuronales.
"Si no se pone en actividad el gen REST-VP16, los mioblastos terminan
por convertirse en músculo (.) pero si es activado, las células no
entran en la diferenciació
n muscular. En cambio toman la apariencia de neuronas".
Esta conversión constituye un avance importante para desarrollar nuevas terapias dirigidas a curar enfermedades neurológicas.
En todos los mamíferos la corteza cerebral incluye unas neuronas
llamadas por su forma células piramidales; sus axones (las fibras que
conducen los impulsos neuronales hacia el exterior) se dirigen a
estructuras más profundas del cerebro. En la región correspondiente a
la región motora de la corteza cerebral, estas neuronas de salida son
particularmente grandes y dirigen sus axones al tallo cerebral y a la
médula espinal. Allí, a través de ellos, se ponen en contacto o hacen
sinapsis con las dendritas (las fibras neuronales que conducen los
impulsos hacia el interior de la neurona) de las neuronas internas
premotoras y con las de las neuronas motoras responsables de la
activación de los músculos.
El encéfalo de un mamífero típico recibe impulsos que provienen
directamente de las neuronas de la región motora de la corteza
cerebral. Éstas están distribuidas ampliamente y algunas de ellas
envían sus impulsos a las neuronas motoras que controlan directamente
los músculos de la cara y la mandíbula (al músculo facial y al
trigémino) En los mamíferos que no son primates hay pocos axones en la
corteza cerebral que hagan contacto directo con las neuronas motoras.
En el caso de los simios, los axones neuronales de la región motora de
la corteza cerebral son numerosos y abarcan toda la médula espinal
hasta la parte ventral. En el encéfalo hay un patrón similar: los
axones de la corteza motora no sólo se conectan con otras regiones
neuronales, sino directamente con las pertenecientes al núcleo de
neuronas motoras que controlan el músculo facial, del trigémino y el
hipogloso.

La consecuencia en los primates de las conexiones directas de las
neuronas de la corteza motora es un aumento en el control del
movimiento de las manos y los dedos. Esta expansión de las conexiones
neuronales en los primates es resultado de un proceso embrionario y
evolutivo en el que hubo cambios en el cerebro y un desplazamiento en
las conexiones neuronales debido a la reducción relativa de las
proporciones entre la superficie del cerebro, el encéfalo y la médula
espinal. En general, este desplazamiento se debe a un cambio de
proporciones de todo el organismo.
Un desplazamiento embrionario de las conexiones neuronales análogo,
aunque distinto, debió provocar también en los humanos una gran
capacidad de desarrollar las conexiones neuronales de la región motora
de la corteza cerebral con el encéfalo y la médula espinal, y en
especial con el núcleo de músculos de la cara y la lengua. Además, los
axones de la región motora de la corteza que se extendieron más en los
seres humanos, debieron llegar a núcleos de neuronas que controlan
músculos torácicos, abdominales y pélvicos sobre los que inclusive los
primates carecen de control. Dos de estos núcleos de neuronas son
importantes para hablar: las neuronas motoras del nucleus ambiguus que
controlan el movimiento de la laringe a través de los músculos que
mueven sus paredes cartilaginosas provocando una alteración en la
tensión de las cuerdas vocales y las neuronas motoras que controlan los
músculos costales que intervienen en la respiración.
Los neurólogos han supuesto desde hace mucho tiempo que los daños en la
región motora de la corteza cerebral suelen provocar mutismo. Los
simios carecen de estas conexiones del nucleus ambiguus que permiten
controlar la laringe y por eso tienen también dificultades de vocalizar
a partir de asociaciones aprendidas. Es ya conocido que a los primates
se les suele enseñar lenguaje de señas y no sólo por la falta del
aparato fonológico necesario para producir los sonidos del lenguaje.
Con un cerebro de 0.74 mm cúbicos y 7.000 neuronas, la abeja puede: Exhalar un olor
.... esto representa el total de 1 .000 galaxias semejantes a la nuestra. ....
Las neuronas tienen una forma distintiva, una membrana externa capaz de generar
.... El cerebro humano contiene alrededor de 10" neuronas, número que es del ...
Con una cantidad de más de 1 00 mil millones de neuronas -esto es, del mismo orden
.... como la del sistema solar- el cerebro es probablemente el órgano más ...
La asombrosa inteligencia de una neurona
La inteligencia que puede llegar a tener una única neurona ha estado
infravalorada hasta ahora, cuando tres estudios coinciden en que una
única célula cerebral es capaz de reconocer el sentido del tacto sin
ayuda alguna o de activar la función de toma de decisiones o de
aprendizaje.

Según publicó la revista científica británica "Nature", una a una, las
neuronas contribuyen mucho más a nuestro comportamiento, capacidad de
decisión y cálculo de lo imaginado nunca.
Uno de los principales problemas que afronta el cerebro de los
mamíferos es de abastecimiento: no contamos con suficientes células
nerviosas como para contar con una responsable para cada percepción,
comportamiento o memoria.
Para incrementar su potencial de almacenamiento, el cerebro actúa de
manera semejante a una orquesta sinfónica interactuando varias áreas
entre sí, al tiempo que se sirve de las sinapsis -transmisión de
señales entre neuronas- para formar una red de circuitos neuronales.
Los tres informes publicados ahora, sin embargo, reclaman el papel que cada neurona es capaz de jugar de forma individual.
Dirigido por la estadounidense Karel Svodoba, del Instituto Médico
Howard Hughes de Virginia, el primero de los estudios se elaboró a
partir de un nuevo método para estimular con luz las neuronas situadas
en la zona del cerebro del ratón encargada de controlar el tacto de los
bigotes.
El equipo de científicos demostró que una breve ráfaga de actividad en
menos de un centenar de neuronas es todo lo que el cerebro necesita
para activar la función de toma de decisiones o de aprendizaje.
El segundo estudio se propuso determinar la influencia de una única
célula en la capacidad de las ratas de procesar el sentido del tacto.
Liderados por Michael Brent y Arthur R. Houweling, de la Universidad
Humboldt, en Berlín, los investigadores recurrieron a la estimulación
eléctrica de una neurona de la corteza cerebral para descubrir que un
ligero aumento de su actividad ya incide directamente en el desarrollo
de la sensibilidad al tacto del animal.
De nuevo Svodoba y esta vez junto al también norteamericano Christopher
D. Harvey, abordaron en un tercer estudio la función de las conexiones
individuales, o sinapsis, entre neuronas, que permiten a las células
nerviosas comunicarse con otras a través de los axones y dendritas.
A medida que crecemos y el cerebro se desarrolla, el número de sinapsis
se incrementa o reduce en función de la actividad o ejercicio mental
que se realice.
Experimentos anteriores revelaron que la estimulación de una única
sinapsis era capaz de modificar su solidez y fuerza, pero los modelos
realizados con ordenador observaron que, en estos casos, se producen
interferencias entre una sinapsis y sus vecinas.
Los científicos confirman en este tercer estudio que las sinapsis
cercanas a las conexiones que han sido reforzadas también terminan
siendo más fáciles de potenciar.
De este forma, sus descubrimientos aluden a la existencia de un tipo de
sistema de clasificación neuronal donde las interacciones locales entre
sinapsis vecinas pueden llegar a permitir la agrupación de modelos de
almacenamiento de memoria.
Cuando el príncipe Hamlet sostiene la calavera del bufón Yorick, en el
acto V de la tragedia shakesperiana, recuerda con nostalgia su gracia,
sus chanzas y sus piruetas, pero no menciona al cerebro que se alojaba
en su interior, ahora convertido en podredumbre que le revuelve el
estómago por su hedor insoportable. Ni Shakespeare, con su portentosa
fantasía, podía imaginar que esa masa informe cerebral que daba vida al
bufón era una tupida red de neuronas, cuyos secretos la ciencia no
lograría descubrir hasta pasados cuatro siglos.

Hoy sabemos, gracias a la rápida evolución de las neurociencias, que el
cerebro humano es el objeto más complejo del universo, compuesto por
diez mil millones de neuronas o células nerviosas. Supongo que nadie
las ha podido contar una a una, pero yo me fío de los cálculos
difundidos por los neurólogos, quienes me aseguran, además, que cada
una de ellas puede tener, a través de sus prolongaciones (axones y
dendritas) miles de conexiones sinápticas instantáneas con otras
neuronas (traslado de información de unas a otras en las sinapsis o
puntos de encuentro). Lo cual quiere decir que en mi cerebro, en
teoría, se cuentan por billones las conexiones, enlaces o sinapsis, las
cuales ocasionan unos impulsos eléctricos que viajan por el cerebro a
una rapidez de 320 Km. por hora, configurando mi personalidad. Los
números marean y parece increíble que tal actividad se produzca dentro
de mi cabeza sin yo darme cuenta. Pero el doctor Riley es taxativo: "Es
mayor el número de formas posibles de conectar las neuronas en el
cerebro que el de átomos del universo". (Otros, más prudentes, las
comparan con las estrellas de la Vía Láctea). Para el Nobel de Medicina
(1972) Gerald Edelman, "contar el número de neuronas y sus conexiones
nos llevaría unos 32 millones de años". En todo caso, el cerebro es el
gran "disco duro" humano, metáfora informática que nos ayuda a entender
algo mejor su estructura y funciones, y al que José Antonio Jáuregui
define como "el ordenador emocional del hombre".
Esas conexiones conforman una red neuronal que sirve para controlar las
funciones físicas y químicas del individuo, cuyas reacciones se
producen a causa de los neurotransmisores, hormonas que son mensajeros
químicos, con estimulación eléctrica. Las neuronas que, por cualquier
causa, no se conexionan, mueren por falta de actividad (sin conexión no
hay vida). En cambio, nuevas experiencias pueden activar las células
creando nuevos axones, sobre todo en el período de la pubertad y
juventud, y cuantas más veces se repita una conexión, más fuerte será
la ruta (o autopista) informativa. La pedagogía actúa, sin saberlo, de
acuerdo con esta máxima: repite y repite hasta que quede "grabada" la
información. Podemos aumentar nuestras capacidades, porque "tenemos
pruebas", dice Riley, de que el desarrollo es un proceso continuo,
gracias a la sucesión de imágenes que nos van proporcionando los
sentidos. Esta actividad se da en todos los cerebros de mamíferos, pero
lo que nos hace humanos es la corteza cerebral, cada día mejor
estudiada. Es, en definitiva, el triunfo de la química, porque como
dice el profesor Karl Vogt, "el cerebro humano segrega pensamientos
como el estómago jugo gástrico, el hígado bilis y el riñón orina"
Ya estudié las partes y funciones del cerebro, pero era muy joven para
comprender toda su complejidad. En esa trama y urdimbre de la red
neuronal, la masa total no es uniforme, ni todas sus partes tienen la
misma función. Me bastará con una consulta a una base de datos o al
Atlas del sistema nervioso, para recordar nombres y funciones, pero no
es suficiente ese conocimiento. Lo fundamental es que, por ejemplo, mi
respiración depende del bulbo raquídeo, y mi equilibrio del cerebelo;
que la pequeña amígdala genera las emociones; que el hipotálamo regula
mis deseos de hambre y sed; que no podría soñar sin el mesencéfalo en
buenas condiciones; que mis sentimientos de amor, odio, envidia,
tristeza o alegría son productos elaborados en mi sistema límbico. Así,
como enseñan los neurobiólogos, no se necesita ningún "espíritu"
invisible que los ponga en marcha. De sorpresa en sorpresa, de asombro
en asombro, voy constatando que los experimentos científicos lo reducen
todo a impulsos eléctricos, originados por las combinaciones químicas
de las hormonas. Descartes pensaba que el alma humana residía en la
glándula pineal, escondida en lo más profundo del cerebro. Pero ya
sabemos que esta glándula es sólo la productora de una hormona, que
bautizaron como "melatonina"
,
con la singularidad de que esa fabricación sólo se produce por la
noche, huyendo de la luz. Esta melatonina pone en marcha el reloj
biológico de los animales, es decir, que rige el ritmo vital de todos
los vertebrados. Esto explica mis "depresiones de invierno" y la
euforia primaveral, ya que la luz frena la producción de ese componente
químico. ¿No es maravilloso? Ya sé por qué "la primavera la sangre
altera": porque hay menos melatonina en mi sangre.

No obstante, aún no he llegado a comprender por qué pienso, razono y
puedo ser creativo. Una cosa son los sentimientos, las emociones y las
reacciones involuntarias de mi personalidad, pero ¿qué me hace
diferente a los demás mamíferos? ¿qué hace diferentes a hembras y
varones? Leo en algún libro que los cerebros de hombres y mujeres
presentan algunas diferencias, y por tanto sus funciones también
difieren. Por ejemplo, los dos hemisferios femeninos del cerebro
"charlan" continuamente entre sí, lo que les produce un flujo de
dopamina, la productora del placer neurológico, mientras que los
masculinos pueden guardar silencio durante horas. Es sabido que los
fetos empiezan teniendo un cerebro femenino pero, a las ocho semanas,
los incipientes testículos de los varones comienzan a producir
testosterona, que se multiplica con la pubertad, quedando esclavizados
a ella el resto de la vida, como nos enseña el doctor Brizendine,
neuropsiquiatra americano. Por su parte, asegura el mismo profesor, las
hembras son las que en realidad seleccionan al macho que les conviene.
El feminismo podría tener una base científica. "La condición sexual
básica o primaria en el ser humano es la femenina. La naturaleza
masculina es fruto de un trabajo de corrección de esa estructura
básicamente femenina", asegura Hugo Liaño, Jefe de Neurología de la
Clínica Puerta de Hierro, en su obra Cerebro de hombre, cerebro de
mujer (1988). La identidad de género sólo se puede explicar por el
cerebro. Están en un error tanto los que hablan de enfermedad como los
que acusan de viciosos a los homosexuales. Está demostrado, por
ejemplo, que el hipocampo es mayor en el varón que en la hembra, y que
los transexuales masculinos tienen el hipocampo tan pequeño como las
mujeres.
Todos los experimentos indican que poseemos dos mentalidades: una
emocional (más antigua, de origen animal) y otra racional (más moderna,
exclusiva de la especie humana). Ambas dependen de las informaciones
recibidas por la percepción sensorial con cuyos datos el cerebro
construye una especie de holograma, que la memoria conserva, como
indica Karl Pribran, neurofisiólogo de la universidad de Stanford. Los
dos hemisferios cerebrales están compuestos de cuatro lóbulos
(temporales, frontales, parietales y occipitales) donde se procesan las
informaciones sensoriales, pero están recubiertos por algo mucho más
importante: un fina piel de pocos milímetros de espesor, llamada
corteza cerebral (también conocida como "cortex", del latín "cerebral
cortex"), que cubre las circunvalaciones de los lóbulos. Esta corteza
integra las funciones mentales más superiores, la movilidad general, la
percepción y el raciocinio. ¿No podríamos llamarla "la piel de la
conciencia"?
Creo que estoy en el buen camino, porque, según los científicos, "la
pasión por aprender es la herramienta para sobrevivir". Hace cien mil
años, el cerebro humano era igual que el de hoy en su estructura,
aunque las experiencias lo van modernizando constantemente en sus
funciones. El sistema nervioso surgió y evolucionó a partir de la
necesidad de moverse, por eso sólo tienen cerebro los animales que lo
necesitan. Según el profesor Gregory, "el cerebro no se ha diseñado
para buscar la verdad, sino para sobrevivir". Antonio Damasio, por su
parte, aclara que nacemos con un mandamiento que se lleva en los genes,
que es el de mantener la vida durante nuestra existencia. "Cada
operación de nuestro cerebro gira alrededor del problema de mantener la
vida". En otras palabras, yo diría que nos pasamos nuestra corta vida
luchando siempre con la muerte.
La ciencia anatómica me dice que no tengo un cerebro, sino tres. A
saber: un cerebro heredado de los primeros reptiles, donde están
situados los mandos para controlar la vigilia, el sueño y las
reacciones automáticas. Otro, superpuesto, paleo-mamífero, similar en
todos los mamíferos, que coordina la memoria y las emociones. Un
tercero, plenamente humano, que envuelve a los anteriores y que
constituye la corteza, fábrica del pensamiento abstracto. El cerebro,
al contrario que el resto del cuerpo, no siente dolor. Se le pueden
clavar miles de agujas sin que el paciente sufra. Pero todos los
científicos coinciden en que la actividad del cerebro depende de las
órdenes recibidas de "genes" y "memes" (ambiente y circunstancias) que
interaccionan constantemente en las diferentes zonas neuronales. En la
actualidad, su capacidad se ha multiplicado en forma exponencial,
gracias a Internet, porque, como dice Damasio, los programas
informáticos "ayudan al cerebro a ser más creativos y capaces".
Un científico en la cuna
El aprendizaje se inicia desde los
primeros días de vida. Los científicos están descubriendo cómo niños
muy pequeños se desarrollan emocional e intelectualmente y se están
dando cuenta que desde el nacimiento los bebés acceden a una asombrosa
cantidad de conocimiento acerca del mundo que los rodea.
La premisa válida es que los niños como los científicos están en un
mismo camino. Las nuevas investigaciones nos muestran que los bebés y
niños preescolares conocen y aprenden acerca de lo que les rodea a un
ritmo que nosotros ni nos imaginamos. Ellos piensan, sacan
conclusiones, hacen predicciones, buscan explicaciones y aún hacen
experimentos. Se puede afirmar que los niños y los científicos
pertenecen a una misma clase de personas la de ser los mejores
aprendices del universo.
Como dice Alison Gopnik, sicóloga especialista en Pensamiento infantil:
"subo las escaleras, abro la puerta suavemente y miro hacia la cuna,
¿Qué es lo que vemos? La mayoría de nosotros diría un bebé, expresión
de inocencia y desprotección. Pero en realidad lo que vemos en la cuna
es la mente mas poderosa que jamás haya existido, una maquina
prodigiosa de aprendizaje como ninguna en el universo. Sus dedos
pequeños y su boca son instrumentos de exploración que investigan este
mundo extraño con mas precisión que una sonda interplanetaria" 1.
Existe consenso entre los científicos del desarrollo infantil y es que
los niños no son casetes en blanco, o de apetitos sin freno o aún
observadores intuitivos. Bebes y niños preescolares piensan, observan y
razonan, ellos consideran evidencias, toman conclusiones, realizan
experimentos, resuelven problemas y buscan la verdad.
El científico como niño
Los sicólogos del desarrollo infantil argumentan que los niños se
conducen como los científicos lo hacen en su trabajo. Los niños crean y
revisan teorías de la misma manera que los científicos crean y revisan
teorías. De modo que los científicos son niños grandes, además son
exitosos aprendices porque emplean habilidades cognitivas que la
evolución diseñó para ser empleada por los niños.
Cableando el cerebro
Un cerebro adulto tiene alrededor de 100 billones de neuronas que es el
mismo número de estrellas de nuestra galaxia La Vía Láctea. El cerebro
de un bebé contiene casi el mismo número de neuronas que tendrá de
adulto, sin embargo este cerebro solo pesa un cuarto del peso que
tendrá de adulto. ¿Qué crece, qué cambia?
Las neuronas crecen, además ocurre el cableado, o red compleja de
conexiones que se dan entre las neuronas. Este cableado depende de la
actividad y la experiencia, esta fluye a través de los órganos
sensoriales del bebé y esto provoca que las neuronas se conecten una
con otra para formar la sinapsis. Cuando dos neuronas forman una
sinapsis, sustancias químicas (neurotransmisores) pueden fluir entre
ellos y entonces la conexión es completa y la comunicación se efectúa.
En esta etapa del desarrollo infantil el cerebro esta en una furiosa
actividad y el cableado neuronal es gigantesco, el consumo de glucosa
se incrementa y a los 2 años alcanza los niveles de un adulto. La
actividad cerebral del niño entre los 2 y 10 años es el doble de la de
un adulto.
Al nacer cada neurona infantil tiene 2,500 conexiones (sinapsis) y
estas se incrementan geométricamente hasta alcanzar las 15,000
conexiones por neurona cuando el bebé tiene entre 2 y 3 años, y un
adulto tiene entre 5,000 - 10,000 conexiones, algunas fuentes citan
10,000 conexiones por neuronas. Desde el punto de vista neurológico
ellos son unos alienígenos cerebrales si cabe el término y además quien
no ha comprobado como son los niños a esas edades, incansables y
superactivos la explicación quizás sea esta febril actividad que
soporta su cerebro en interacción con el mundo que los rodea.
Luego de este pico sináptico el cerebro entra en una fase de reacomodo
y afinamiento sináptico, y el viejo lema "Úselo o deséchelo" adquiere
plena vigencia, las conexiones que se emplean se preservan y el cerebro
realiza una feroz eliminación de las conexiones no empleadas
preservando aquellas que la experiencia muestra que son útiles. Al
final las conexiones ínter neuronales vigentes que permanecen son
aproximadamente 1 cuatrillón de conexiones o sinapsis (un 1 seguido de
15 ceros), ¡increíble, no! ¡Que tal malla de sinapsis!. Puedes
imaginarte una malla o red con esa cantidad de puntos (sinapsis) dentro
del cerebro.

Infantes sintetizadores y clasificadores de conocimiento
Como escribí líneas atrás los bebes y niños preescolares, realizan
similares acciones que los científicos, y en este acontecer van
almacenando sus propias teorías y conocimientos en lo que viene a ser
su aprendizaje temprano, este aprendizaje se da en 4 áreas: a saber.
Aprendizaje temprano (este aprendizaje se da en todo niño en edad preescolar)
1) Psicología diaria: En esta área los infantes comprenden y aprenden
acerca de cómo las personas de su entorno piensan, sienten y como esto
se relaciona con sus propias creencias.
2) Lenguaje: dominio activo del lenguaje o idioma con el que se comunican en su entorno familiar y social.
3) Física diaria: en esta área los infantes aprenden acerca de cómo los
objetos se mueven y como ellos interactúan con estos objetos.
4) Biología diaria: los niños formulan sus conocimientos acerca de los seres vivos (plantas y animales) .
Cuando un niño empieza su educación obligatoria lo ideal es que los
docentes sepan el bagaje de conocimientos y teorías que trae cada niño
y a partir de ese cimiento construir su educación, sean estas teorías
correctas o erradas jamás desecharlas sino a partir de ellas y mediante
los procesos del juego, exploración espontánea, predicción y la
retroalimentació
n
procesos que usó en casa, sumados a las actividades variadas que se
trabajen en el aula permitirle a los niños la oportunidad de seguir
siendo los científicos que eran antes de entrar al colegio
1. El desarrollo cerebral. Si pudiéramos acercar el oído, equipado de
auriculares amplificadores de sonido, a un embrión humano diez o doce
semanas después de ser concebido, nos sorprendería oír unos incesantes
chisporroteos con que informa de su incesante actividad. Como pájaros
distantes, las células nerviosas de una zona del cerebro llaman a sus
vecinas en otros sitios del cerebro, y estas a su vez llaman a sus
amigas y así continúan relacionándose incesantemente. Estas células
denominadas neuronas, son alargadas y semejan redes de alambre y las
señales que emiten no son sin tino. Esos golpes de electricidad, esos
sonidos distintivos del cerebro infantil, son ondas coordinadas de
actividad neural, y esas olas pulsantes cambian y dan forma al cerebro
del recién nacido, esculpiendo circuitos mentales que forman
"patrones", centros receptores y emisores, que con el tiempo permitirán
al recién nacido percibir la voz del padre, el roce materno, o
distraerse con los juguetes móviles de la cuna (Gazzaniga, 1978).
Y este es el primer dato epistemológico: la actividad eléctrica de las
neuronas da forma a la estructura física del cerebro (McClean, 1986):
genética y medio ambiente se conforman. El disparo rítmico de las
neuronas es esencial en la construcción de una pluralidad de centros
vitales -cerebros múltiples- que actúan como "pilotos" en la
interpretació
n
de toda experiencia humana (Colavito, 1995). Este proceso empieza mucho
antes del nacimiento. El cerebro no es un ordenador, ni es una pizarra
en blanco, ni una substancia no extensa a lo Descartes. El cerebro
empieza a trabajar para formarse mucho antes de estar concluido. Y el
mismo alambrado cerebral que forma los diversos centros informáticos
antes de nacer, es el mismo que produce esa explosión de conocimientos
humanos después de nacer (Pearce, 1992).
l cerebro de un bebé humano nada mas nacer, está ya equipado con mil
millones de neuronas, tantas como estrellas en la Vía Láctea. A la
espera hay un trillón de células "gliales" (del griego "cola de pegar")
que protegen y nutren las neuronas. Y aunque todas las células posibles
están ya en el cerebro, la actividad primaria cerebral es precisamente
dar forma a esos "patrones" pilotos a través de los cuales el niño va
no solamente a ver, tocar, oler, oír, moverse, etc., sino también
"leer" toda actividad colindante. Cada uno de nosotros nos definimos
por el "patrón" piloto primario. Durante los primeros años del bebé el
cerebro sufre una serie de cambios extraordinarios. Nada mas nacer, el
cerebro establece trillones de conexiones entre las neuronas que le es
imposible mantener. Por eso, a continuación, en un proceso similar a la
selección de Darwin, el cerebro elimina conexiones "sinapsis" que o no
ha usado o han sido poco usadas. Las sinapsis no válidas por falta de
uso son eliminadas, empezando hacia los diez años o aún antes. Tras
este corte radical queda un cerebro con "patrones-pilotos" distintivos
en cada uno de nosotros. A la edad de los 11 años, cada uno tenemos ya
marcado el cerebro primario a través del cual vamos a vivir; este
cerebro es anterior a los sistemas de substitución que el cerebro del
hemisferio izquierdo del neocortex va a formar. Este hemisferio, aunque
depende para su vida e información del hemisferio derecho del neocortex
(ya formado, deformado o ausente en parte, según la crianza), no tiene
acceso al mundo exterior, sino sólo al cerebro vecino derecho y así
mismo (Colavito, 1995).
Y este es el segundo dato epistemológico: A los 11 años los humanos
tenemos ya tres cerebros en el hemisferio derecho del neocortex, el
reptílico-kinesté
tico,
el límbico-auditivo, y el mimético-visual. Y a esta edad empiezan a
formarse los otros dos cerebros pendientes, el mimético-simbó
lico
del hemisferio izquierdo del neocortex y el logo-digital del "módulo
interprete". En suma, a los 11 años tenemos tres cerebros con los que
ya estamos unidos en razón y sentimiento al mundo colindante y a
nosotros mismos. Lo que no tenemos todavía es el mundo de los conceptos
abstractos y de los símbolos, ni el mundo logomáquico digital del
cerebro izquierdo. Estos se desarrollan mas tarde al igual que los
lóbulos frontales. Esos tres cerebros iniciales, el reptílico, límbico
y mimético derecho, o como los denomina la Dra. Colavito, el tipo-maya,
tipo-mito y tipo-mimético-
visual, tienen un sistema de dilación en
la percepción misma capaz de verse a sí mismos y por lo tanto de
objetivarse como historia personal o de grupo, es decir cultura. Y lo
mismo los otros dos cerebros. Cada uno actúa independientemente del
otro, a excepción de los cerebros del hemisferio izquierdo del
neocortex que necesitan el lado derecho para informarse e informar al
resto.
Además de la responsabilidad de los padres en educar a sus hijos
directamente, ya que sin la estimulación materna los cerebros no se
forman o se deforman, y la obligación estatal de suministrar a esa
tierna edad ambientes estimulantes a los cerebros infantiles que puedan
compensar las deficiencias domésticas, hemos de plantear inmediatamente
la cuestión epistemológica mas importante en este proceso. ¿Cómo se
estimula el cerebro infantil? ¿Cómo se forma? ¿Quién tiene poder en esa
formación, la naturaleza o la crianza, la biología o el medio ambiente?
Esta es la pregunta clave y tal vez la más difícil. Unos consideran a
la naturaleza (biología) como la determinante en la formación del
cerebro. De ahí las diferencias de raza, color, tipo de sangre, etc.
Otros opinan que es la sociedad (cultura) la que determina la formación
del cerebro. "Nosotros somos inocentes, la sociedad es la culpable",
escribía Rousseau. Según el paradigma biocultural, esta dicotomía
desaparece, ya que la actividad neural antes descrita y medida en los
laboratorios, muestra que la biología no se moviliza si la crianza no
la activa. Naturaleza/crianza se interactivan la una a la otra, de
forma que no hay cerebro si la crianza no lo activa, ni hay cultura que
active donde las sinapsis han sido ya eliminadas, o no estén presentes.
Experiencias ricas durante el crecimiento producen cerebros ricos en
complejidad. Experiencias pobres disminuyen incluso el tamaño del
cerebro hasta en un 20 a un 30%, según los investigadores del Colegio
Baylor de Medicina. Aunque estas verdades, ahora comunes de
neurobiología, eran ya conocidas hace tiempo, sólo recientemente se ha
visto cómo estos cambios se llevan a efecto.
En resumen, los humanos no venimos programados genéticamente.
Naturaleza-medio ambiente, o biología-cultura se interactivan
mutuamente aun para poder llevar a cabo el primer gesto humano. Como
dice el Dr. Stanley Greenspan de la Universidad de George Washington:
"No se trata ya de una competición. Ahora estamos asistiendo a un
baile".
2. Naturaleza y genes. Este baile genético empieza alrededor de la
tercera semana de gestación. Una delgada capa de células se dobla hacia
dentro formando simultáneamente un cilindro lleno de fluido, que
conocemos como el tubo neural. Las células del tubo neural proliferan a
razón de 250.000 células por minuto y, a continuación, en una serie de
pasos estrictamente coreografiados, aparecen la masa cerebral y la
espina dorsal. Es en esta fase donde la naturaleza actúa como socio
mayoritario, pero aun entonces la crianza también desarrolla un papel
vital. Cualquier cambio en el útero materno, mala nutrición, abuso de
drogas, o infecciones puede desmantelar la precisión de esta
organización neural. La epilepsia, el retraso mental, el autismo o la
esquizofrenia son resultados de la falta de colaboración entre
naturaleza y crianza. Numerosos experimentos con pacientes que tienen
disociación cerebral entre los dos lados de los hemisferios cerebrales
(Gazzaniga, 1987) prueban el origen de estas enfermedades antes
atribuídas a la determinación genética sin haberse podido comprender la
parte que la crianza tiene en ellas. El desarrollo del sistema central
nervioso de un embrión no sigue los pasos que parecerían lógicos:
miniatura en la niñez y tamaño mayor en el adulto. Al contrario, el
salto en la madurez es enorme, algo así como si un renacuajo de repente
se convirtiese en rana. Y este crecimiento lo ha de realizar el tubo
neural emigrando a grandes distancias, marcando con exactitud las
conexiones necesarias para unir una parte del cerebro con otras. Y
mientras va emigrando, construye estaciones temporales de comunicación,
incluyendo el mismo tubo neural, que al igual que la cola del
renacuajo, termina desapareciendo. Y lo mismo neuronas destinadas a
formar parte del cortex cerebral. Millones de estas neuronas se han de
abrir camino a empujones y encontrar su lugar exacto a través de
colonias establecidas previamente por emigrantes anteriores, ya que su
aparición en el desarrollo del cerebro mamal es tardío.

De todos los problemas que el sistema nervioso ha de resolver, el más
escabroso es sin duda "la alambrada" matriz del mismo sistema celular,
la base de los cerebros "pilotos". Nada más nacer, cuando la
proliferación de conexiones celulares explota, cada una de las neuronas
del cerebro formará conexiones con millares de otras. Constituyen una
especie de telaraña de fibras como de alambre llamadas "axones"
-cilindroejes- que transmiten señales, y "dentritas" que las reciben.
Con estas forman "sinapsis", ese claro estructural desde donde el
cilindroeje de una neurona envía señales a las dentritas de otra. En un
principio cilindroeje y dentritas están tan próximos que casi se tocan.
Pero mientras las cortas y peludas dentritas apenas se mueven de su
sitio, los cilindroejes recorren distancias enormes, el equivalente
microscópico de kilómetros. ¿Cómo es esto posible? Los cilindroejes van
a caballo de los llamados "granos-conos"
,
(Growth cones), un deslizante grano que se asemeja a una ameba. Lo que
los científicos acaban de descubrir es que estos granos coniformes van
equipados con una especie de sonar o radar molecular, en busca de
señales provenientes de proteínas. Algunas de estas proteínas los
atraen, otras los repelen.
From: Carlos Velázquez
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