Ante
las recientes medidas adoptadas en el Parlamento Europeo en aras del
control de los pesticidas, les suministro unos datos importantes sobre
estas problemáticas sustancias.

Los
pesticidas merecen ser citados aparte como problema de contaminación.
Son acaso el mejor ejemplo de cómo la industria no solo puede generar
tóxicos de forma indeseada sino al contrario, perfectamente consciente,
como producto final que vender. En otros artículos les muestro ejemplos
de productos industriales finales que portan tóxicos , como puedan ser,
por ejemplo, pinturas, plásticos, tableros conglomerados e incluso
perfumes o ambientadores. Pero en el caso que nos ocupa lo llamativo es
que lo que se produce y vende deliberadamente es abiertamente un veneno
que ha sido concebido como tal. Aunque la idea con la que se
concibiesen fuese dañar otros seres vivos diferentes de los seres
humanos al final el resultado ,como veremos, demasiadas veces, ha sido
otro.
En realidad ésta última apreciación que acabo de hacer es probable que mereciera algunos matices, si consideramos que una
de las primeras aplicaciones que llevó al diseño de este tipo de
productos fue precisamente la bélica , como se vio con motivo de la
Primera Guerra Mundial. La guerra dio un empujón al desarrollo
de este tipo de venenos, que siguieron produciéndose durante la Segunda
Guerra Mundial aunque no se atrevieran a utilizarlos (acaso por temor a
represalias semejantes). Finalizadas esas contiendas se potenciaron
otros usos de algunos de los venenos producidos.
Cuando
en otros apartados nos ocupemos de hablar de algunas enfermedades y de
los estudios que las vinculan a algunas sustancias ,los veremos
aparecer con frecuencia. Son una de las fuentes de exposición a sustancias tóxicas contaminantes que más preocupan. Con
la particularidad de que, a diferencia de otras sustancias, estamos
ante venenos que el hombre disemina de forma plenamente consciente y
deseada por el planeta.
Hay diversos tipos de pesticidas, cada uno con su particular problemática, tales como los organofosforados, los organoclorados (como el DDT, el clordano, el lindano o el dieldrin) o los carbamatos, por ejemplo. Sus aplicaciones son muy diversas: herbicidas, insecticidas, funguicidas, acaricidas,…
En España en concreto el hombre esparce deliberadamente cada año decenas de miles de toneladas de plaguicidas. Lo hace , por supuesto, sobre los cultivos,
especialmente los intensivos, pero no sólo sobre ellos. Andalucía es la
Comunidad Autónoma que más consume, aunque las mayores cantidades por
hectárea, a nivel puntual, se den en algunos cultivos de Canarias.
También se esparcen sobre áreas sin cultivar como puedan ser ,por
ejemplo, las fumigaciones contra la langosta que se
efectúan regularmente en zonas de Extremadura o Salamanca. Miles de
hectáreas de pinares son fumigadas también cada año para combatir
plagas como la de la procesionaria. Se usan profusamente para matar las hierbas de las cunetas de las carreteras o vías de tren. Más de una ciudad es fumigada , como es el caso de Badajoz, con productos como piretrinas ,a causa de los mosquitos (1) . También , y con una gran intensidad, se fumiga en los parques y jardines,
como puedan ser los de las áreas residenciales (en muchas
urbanizaciones ,así como en campos de golf, el uso de plaguicidas no
tiene nada que envidiar al de algunas áreas agrarias). Nicolás Olea
,catedrático de Medicina de la Universidad de Granada, denunciaba en
una reciente conferencia como algunos de los pesticidas cuyo uso se
prohibía su uso para las cosechas, por los residuos de ellos que luego
quedaban en los alimentos, se estaban derivando a usos como la
jardinería, lo que estaba creando situaciones de exposición inadvertida
a sustancias peligrosas (2). Hay casos de una muy
potente utilización de pesticidas en entornos urbanos. Un ejemplo en
España es el de lugares como Elche (Alicante) donde se producen fuertes
fumigaciones en los palmerales para combatir plagas como la del célebre
picudo rojo (un insidioso escarabajo importado). Incluso en las piscinas se usan profusamente pesticidas para matar los hongos, por ejemplo. Y por supuesto, en los hogares ,centros de trabajo, hospitales, hoteles e incluso aviones o vagones de tren y, en muchos casos, no cuando se detecta un insecto, sino según un calendario regular, por ejemplo, todos los meses.
No
convendría olvidar, tampoco, por supuesto, el uso directo de pesticidas
aplicados sobre el cuerpo humano. Por ejemplo, el lindano y otros
productos que se han estado usando en las cabezas de los niños en las lociones anti –parasitarias (donde
ahora siguen utilizándose más comúnmente otro tipo de pesticidas). E
incluso , como sucedía hace unas décadas, en simples colonias con DDT, usadas diariamente como prevención.
Aunque algunos de estos usos ya no se den del mismo modo los tóxicos
empleados, por su carácter bioacumulativo, siguen en nuestros cuerpos y
en los de nuestros hijos.
Ante el escenario descrito, el de un uso generalizado y alegre,
no parece fácil a priori escapar al riesgo de verse expuestos a estas
sustancias ,sea a través de la dieta, especialmente en el caso de las
más bioacumulativas, u otras posibilidades como las de la exposición
directa a la que no solo son acreedores los aplicadores sino ,por
ejemplo, cualquier persona que respire en un local recientemente
fumigado (más adelante hablaremos de las numerosas intoxicaciones que
se han dado en edificios públicos, tales como hospitales). Sobre todo
si tenemos en cuenta que , a pesar del conocimiento científico que
existe acerca de los riesgos de muchas de ellas, su consumo no para de
crecer. En España, por ejemplo, la producción de plaguicidas aumentó un 63% (de 100.568 a 163.602 toneladas) entre 1994 y 2004
y el consumo aparente aumentó un 24% entre 2003 y 2004 (que en este año
fue de 173.149 toneladas, superior a las 163.000 producidas ,ya que se
importaron algo más de las que se exportaron)(3).
Si
nos centramos en los pesticidas agrarios , hay que hacer notar que su
empleo masivo es la quintaesencia de la desnaturalización de la
práctica agraria con la que se prometió incrementar la producción a
costa de unas severas consecuencias de contaminación y de pérdida de
calidad y diversidad de los productos. Su empleo ha debilitado
las cosechas y fortalecido a sus enemigos, creando una agricultura cada
vez más dependiente de nuevos y cada vez más tóxicos y caros productos
que han de ser aplicados en dosis crecientes cada año.
Cuando
se descubrieron las propiedades insecticidas del DDT es cierto que se
percibieron algunos pasajeros incrementos en la producción, pero
enseguida los pesticidas fueron perdiendo eficacia, de modo que para
conseguir leves mejorías había que incrementar muy notablemente el
consumo de plaguicidas. Mientras a finales de los años cuarenta había unas pocas especies de insectos resistentes, hoy son centenares.
Al mismo tiempo han eliminado poblaciones enteras de insectos no solo
beneficiosos sino con frecuencia fundamentales para el equilibrio
ecológico e incluso para la pervivencia de importantes usos humanos. Lo
mismo cabe decir de las llamadas “malas hierbas” cuya resistencia a los
herbicidas ha crecido de tal modo que ha forzado a los fabricantes de
pesticidas a embarcarse en la incierta aventura de crear variedades de
plantas transgénicas que puedan ser compatibles con las dosis
crecientes de herbicidas que se usan. Ello hace además a las
empresas productoras de pesticidas unos muy importantes actores en la
aparición de otra nueva forma de contaminación, además de la química
derivada de sus productos, de la que nos ocupamos aquí, y que no es
otra que la contaminación genética, cuyos efectos aún no han sido
debidamente valorados (4), y que se está extendiendo
poco a poco con imprevisibles consecuencias sobre la salud y el medio
ambiente. Hoy España ostenta el triste record de ser el país de Europa
con mayor superficie ocupada por cultivos transgénicos. En los
supermercados crece el número de productos ,sean nacionales o de
importación, derivados de la manipulación genética, sin haber valorado
debidamente los cambios en la composición de los alimentos y sus
posibles efectos sanitarios, especialmente sobre sectores sensibles de
población. Resulta llamativo el poder creciente que las industrias
químicas están teniendo sobre el sector de la alimentación , ya desde
las mismas semillas, cuando la mayor parte de la población quiere una
alimentación lo más natural posible.
Mientras
todo esto sucede grandes cantidades de pesticidas siguen integrándose
en los ciclos naturales, como en las cadenas alimentarias, muchas veces
con gran persistencia. Hay pesticidas que llevan décadas sin
apenas utilizarse y que siguen detectándose en los tejidos humanos. Se
adhieren de forma tremendamente insidiosa a la cadena de la vida. Se
difunden a través de toda suerte de mecanismos físicos, químicos y
biológicos. Su presencia se detecta muy lejos en el tiempo y en el
espacio del lugar en el que fueron empleados. Se ha publicado
mucho acerca de los daños que producen en vegetales y animales
acuáticos, cómo inducen anomalías en la reproducción de las aves y ,por
supuesto, como se acumulan y causan estragos en los propios seres
humanos. Muchas de estas sustancias, diseñadas precisamente para dañar
organismos vivos,- o si se prefiere, más eufemísticamente, para ser
biológicamente activas- son muy conocidas por sus efectos sobre el
sistema nervioso, inmune y endocrino. Más adelante veremos algunos
ejemplos de ello.
Existe
la tendencia ,especialmente en una sociedad como esta tan saturada de
información (pocas veces valiosa) a fijar sólo la atención en lo más
espectacular. Aquello que por sus proporciones y por su claridad es
difícil que pase desapercibido. Un ejemplo de ello fue lo que pasó en Bhopal,
en la India, cuando una explosión en una fábrica de pesticidas en los
años 80 causó miles de muertos y cientos de miles de afectados. Otro
ejemplo de contaminación por pesticidas del que, por una serie de
circunstancias , se ha hablado mucho a nivel internacional , es el de
las fumigaciones con el agente naranja
durante la Guerra del Vietnam. Más de tres décadas después de acabada
la guerra la población sigue sufriendo efectos graves que han afectado
ya a cientos de miles de personas (cánceres, defectos congénitos, daños
neurológicos, dolencias en la piel, …). Pero incluso temas como estos
sólo atraen la atención de los medios de comunicación durante un tiempo
limitado, pasado el cuál todo queda prácticamente olvidado, salvo para
las personas que tienen algún interés singular por estas cuestiones.
Hay
otros temas que, a pesar de su tremenda incidencia, en general ni
siquiera consiguen ése pasajero interés de los medios de comunicación.
Temas que llaman mucho menos la atención , a pesar de estar vinculados
con usos extraordinariamente extendidos de los pesticidas como los que
tienen que ver con la agricultura. Todo ello aunque de sus efectos de
enfermedad y muerte arrojen cifras realmente notables. Basta ver ,por
ejemplo, los datos de la Organización Mundial de la Salud que, a pesar
de ser bastante conservadores, hablan de unos 220.000 muertos al año y 25 millones de afectados en el planeta, por causa de los pesticidas (5) . Los datos publicados por el Instituto de Recursos Mundiales hablan de entre 3 millones y 3 millones y ½ de intoxicaciones agudas por pesticidas
en el tercer mundo al año. Sin embargo, ni siquiera estas cifras hacen
que la prensa se ocupe demasiado de estos temas. Y a causa de ello ,una
buena parte de la población apenas está al tanto de cosas objetivamente
muy relevantes.
Cabe
decir, no obstante, que en las cifras aludidas se incurre muy
probablemente en uno de los errores de enfoque más frecuentes a la hora
de abordar los efectos de la química sobre la salud y que no es otro
que solo fijarse en los efectos más inmediatos y directamente
atribuibles a un tipo de sustancias, como los derivados de las más
evidentes exposiciones agudas, no valorándose más que las enfermedades
y muertes más obviamente atribuibles, cuando una buena parte de la
morbilidad , esto es, de las enfermedades, y de la mortalidad puede
quedar diferida en el tiempo, y ser difícilmente asociable a la causa
que la produjo. Las cifras citadas no contemplan la
contribución de los pesticidas a múltiples problemas de salud
extraordinariamente frecuentes en las sociedades modernas, que van
desde los más diversos tipos de cáncer al síndrome de fatiga crónica,
pasando por la diabetes, etc- a pesar de la creciente evidencia
científica que va en ese sentido. Al hablar de los efectos
sanitarios no basta con centrarse tan sólo en una serie de daños muy
directos y evidentes, como las intoxicaciones de agricultores que se
dan en los invernaderos de El Ejido (Almería) (6),
una de tantas zonas agrícolas de España, país en el que se usan
pesticidas con extraordinaria abundancia. Porque, más allá de estos
casos más evidentes, el impacto sanitario de los pesticidas es mucho
más vasto. Para empezar, entre los propios agricultores, como muestran
muchos estudios científicos, cuyos resultados no han sido incorporados
debidamente a estadísticas como la antes mencionada, que ligan los
pesticidas agrícolas y del hogar a enfermedades como el Parkinson
. En estudios como estos se ve, por ejemplo, que las personas más
expuestas a herbicidas tenían hasta cuatro veces más riesgo de padecer
la enfermedad y los más expuestos a insecticidas hasta 3, 5 veces más.
En los Estados Unidos el Centro de Control y Prevención de Enfermedades
registró en agricultores 2, 8 veces más riesgo de padecer Parkinson.
Basta
consultar la CHE Toxicant and Disease Database , para ver como en el
epígrafe de esta enfermedad se nos dice como esta enfermedad ha sido
ligada por una copiosa cantidad de trabajos de investigación científica
con la exposición a una serie de sustancias químicas, especialmente
entre trabajadores agrícolas como aplicadores de pesticidas , granjeros
, criadores de animales y otras personas que suelen estar bastante
expuestas a los biocidas. Varias poblaciones estudiadas, que tenían
varias veces más riesgo de padecer la enfermedad tenían un claro pasado
de exposiciones a sustancias tales como herbicidas o insecticidas.
Entre la lista de sustancias asociadas a la enfermedad , que incluye no
solo pesticidas, se citan el manganeso, el MPTP, metanol, paraquat, ,
dieldrin, glifosato, plomo, mancozeb, maneb, pesticidas
organofosforados y organoclorados, PCBs, etc.
Otros informes vinculan las más diversas enfermedades como la esclerosis lateral amiotrófica a ,por ejemplo, los pesticidas organofosforados ( 7 ) . Tampoco faltan otros como los que vinculan pesticidas con linfomas, por ejemplo ( 8 ). En otros capítulos aludiremos a otras patologías, como pueda ser el cáncer de próstata. Hace unos años, el doctor Gonzalo López Abente ,del Instituto de Salud Carlos III, publicó un interesante monográfico sobre “Cáncer en agricultores”
que mostraba como en este sector de población hay excesos de una serie
de cánceres (cáncer cerebral, estómago, linfoma no Hodking, leucemina,
próstata o testículo).
Pero
si ,como vemos, muchas estadísticas ni siquiera contemplan debidamente
todos los daños que los pesticidas pueden producir en los agricultores,
como grupo humano que puede verse expuesto a ellos con más intensidad,
es evidente que mucho menos contemplan los efectos que tienen en más
amplios sectores de población que por ejemplo a través de la dieta
pueden verse expuestos a estas sustancias. Nos ocuparemos de algunas de
estas cuestiones, que tienen que ver con patologías como el cáncer de
mama, en otros apartados.
En 2001 la Comisión Europea hizo públicos los resultados de una serie de análisis que revelaban que casi
un 37% de las frutas y verduras europeas que llegaban a los mercados
tenían presencia de plaguicidas por debajo del “límite legal” y casi el
4% por encima de este. El año siguiente, durante el Congreso
Nacional de Epidemiología que se desarrolló en Barcelona, una
investigadora comprometida con estas cuestiones, Ana María García
de la Universidad de Valencia, presentó otros datos que mostraban
también esa presencia de pesticidas en un alto porcentaje de las
muestras de las frutas ,especialmente algunas como las naranjas, así
como en muchas de las muestras de lechugas y arroz. En 2005, por su
parte, la Gaceta Sanitaria publicó un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona que había detectado presencia de restos de pesticidas organofosforados
en más del 14% de los productos analizados (en concreto ,por ejemplo,
en un 37% de los cítricos y en un 3% de los frutos secos). La Organización de Consumidores y Usuarios ha realizado diversos trabajos sobre la presencia de residuos de pesticidas en las frutas y verduras
que llegan a las tiendas. En otro capítulo hablaremos de contenidos de
tóxicos en otros alimentos. Sobre todo porque no suele ser en los
vegetales, precisamente, donde estos hayan sus mayores concentraciones.
En cualquier caso el conocimiento que buena parte de la población tiene
de estas cuestiones es muy escaso, como también lo es acerca de que
cada vez más investigaciones científicas avalan que no son precisas altas concentraciones de ellos en los cuerpos humanos para generar desarreglos.
En otros apartados comentaré de los efectos notables que pueden tener
aparentemente “bajas” concentraciones de tóxicos , perfectamente
“legales” especialmente cuando se ve expuestos a ellos una buena parte
de los habitantes de un país.
Los
pesticidas han sido ligados a los más variados problemas de salud, como
el cáncer , problemas reproductivos , del sistema inmunitario o del
sistema nervioso. Son sin duda uno de los grupos de sustancias que la ciencia ha asociado a más dispares problemas de salud. Por
citar tan sólo un pesticida, el clordano, ha sido ligado a problemas
tales como cáncer de mama, cáncer de hígado, supresión del sistema
inmune, neuropatía periférica, leucemias en niños y adultos, generación
de anticuerpos de autoinmunidad, esclerosis múltiple, cáncer de
testículos, porfiria, etc ( 9 ). Si fuésemos, uno por uno, por
todos los pesticidas, viendo los desmanes que les atribuye una muy
copiosa y creciente literatura científica, no acabaríamos nunca. De
todos modos, veremos algunos ejemplos, cuando hable de diversas
enfermedades.
Por
concluir con este breve repaso al problema de los pesticidas, vamos a
hacerlo con uno de los usos más cercanos a una buena parte de los
habitantes de los países industrializados. Me refiero a las fumigaciones –sea con organofosforados, con piretroides o carbamatos- que se producen en el interior de espacios cerrados para terminar con hormigas, cucarachas y demás. Son
tratamientos que con frecuencia ni siquiera se realizan por que se haya
detectado la presencia de insectos, sino de forma “preventiva”, según
un calendario regular. Suele hacerse en las más diversas dependencias, desde hoteles a oficinas, pasando por aviones o vagones de tren, por ejemplo.
La
salud de miles de trabajadores se ha visto menoscabada por este tipo de
tratamientos, habiendo terminado muchos de ellos con invalidez
permanente. Al margen de si muchas veces se guardan siquiera
las mínimas normas y precauciones, hechos así hacen dudar si los
supuestos beneficios de tales fumigaciones compensan los daños
producidos , máxime cuando en muchas de estas fumigaciones apenas
habían sido detectadas unas pocas hormigas, y si no habría sido más
inteligente haber considerado otras alternativas menos agresivas.
La inquietud médica por estas cuestiones está creciendo en zonas como Cataluña , ante los centenares de casos de personas por dificultades
respiratorias, incapacidad para tareas normales, síndromes irritativos,
pérdidas de memoria, dificultad de concentración, Síndrome de Fatiga
Crónica, Sensibilidad Química Múltiple, fenómenos autoinmunes,
hipotiroidismo, desarreglos hormonales, etc.. ( 10 ). Ha habido casos que han tenido cierta repercusión en la prensa (11), como los de las fumigaciones en el Hospital Vall d`Hebrón ,en el Centro de Atención Primaria (CAP) de Tarragona o en algún hotel de la capital catalana.
Los
daños sanitarios derivados de situaciones de este tipo son muy
diversos. Carme Valls , doctora que ha estudiado muchísimos casos ,
principalmente en Cataluña, establece seis grandes síndromes originados
al exponerse a los insecticidas: síndrome respiratorio de vías altas y
bajas, síndrome neuropsicológico, síndrome hiperestrogénico con
alteraciones del ciclo menstrual, síndrome de estimulación de la
autoinmunidad, síndrome de parasimpáticotonía hipotalámica con
hipersecreción de la hormona del crecimiento y síndrome de hipersensibilidad química múltiple ( 12 ).
El Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo en su Nota Técnica de Prevención 595 (13),
entre los efectos atribuibles a los pesticidas incluye daños en la
memoria, afectación a la capacidad de concentración y orientación,
pérdida de energía, fatiga, anomalías en algunos parámetros
neurofisiológicos, alteraciones menstruales, Sensibilidad Química
Múltiple, etc. Diversos informes (14), aluden a los efectos neurotóxicos,
por ejemplo, de los organofosforados, que traen consigo trastornos
neurocomportamentales de tipo crónico con disminución de las
capacidades cognitivas, exhaustivamente descritos (15 )
. Apuntando que los organofosforados , solos o en compañía de los
piretroides (que parece que también por sí mismos podrían hacerlo)
pueden originar, entre otras cosas, el llamado Síndrome de Fatiga
Crónica, incluso en exposiciones a niveles bajos, acabando por generar
la incapacidad laboral permanente de los afectados. Y,
finalmente ,por supuesto, los organofosforados son capaces de dar
origen a la llamada Sensibilidad Química Múltiple de la que hablaremos
en otro capítulo de este libro.
En
una sociedad como ésta, donde tantas personas usan muy alegremente
productos como éstos, no está de más tener algo de conciencia de los
múltiples efectos que la exposición a los mismos puede causar. El
simple hecho de leer las etiquetas de algunos pesticidas domésticos,
por incompletas que sean, podría ayudar a esa concienciación. Etiquetas
en las que no es infrecuente que se advierta de riesgos tales como el
de una neumonía química, por ejemplo, y se recomienden una serie de
precauciones que pocas veces son tenidas en cuenta.
En
muchas casas los pesticidas se utilizan como algo rutinario, como si
fueran una especie de inocuo perfume que puede rociarse generosamente
por las habitaciones cerradas en las que la gente, niños y mayores,
desarrollan sus actividades.
No debemos olvidar, de todos modos, que la
exposición a pesticidas puede ser mucho más sutil de lo que imaginamos
y no proceder sólo de la dieta o de los productos que manipulamos, sino
de elementos que no sospechamos que puedan portarlos, como pueda ser la
madera tratada de una casa recién estrenada y que, sin que nosotros lo sepamos, puede haber sido tratada, pongamos por caso, con pentaclorofenol (16).
(Copyright Carlos de Prada)
Fuente: http://carlosdeprada.wordpress.com/2009/01/18/los-pesticidas-venenos-confesos/
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