Confirmó los efectos letales del herbicida en células
humanas de embriones, placenta y cordón umbilical. Alertó sobre las
consecuencias sanitarias y ambientales, y exigió la realización de
estudios públicos sobre transgénicos y agrotóxicos. Cuando dio a
conocer sus investigaciones, recibió críticas y desacreditaciones.
Gilles-Eric
Seralini es especialista en biología molecular, docente de la
Universidad de Caen (Francia) y director del Comité de Investigación e
Información sobre Ingeniería Genética (Criigen). Y se ha transformado
en un dolor de cabeza para las empresas de agronegocios y los
defensores a ultranza de los OGM (Organismos Genéticamente Modificados
–transgénicos–). En 2005 descubrió que algunas células de la placenta
humana son muy sensibles al herbicida Roundup (de la compañía
Monsanto), incluso en dosis muy inferiores a las utilizadas en
agricultura. A pesar de su frondoso currículum, fue duramente
cuestionado por las empresas del sector, descalificado por los medios
de comunicación y acusado de “militante verde”, entendido como
fundamentalismo ecológico. Pero en diciembre pasado volvió a la carga;
la revista científica Investigación Química en Toxicología (Chemical
Research in Toxicology) publicó su nuevo estudio, en el que constató
que el Roundup es letal para las células humanas. Según el trabajo,
dosis muy por debajo de las utilizadas en campos de soja provocan la
muerte celular en pocas horas. “Aun en dosis diluidas mil veces, los
herbicidas Roundup estimulan la muerte de las células de embriones
humanos, lo que podría provocar malformaciones, abortos, problemas
hormonales, genitales o de reproducción, además de distintos tipos de
cánceres”, afirmó Seralini a Página/12 desde su laboratorio en Francia.
Sus investigaciones forman parte de la bibliografía a la que hace
referencia el Comité Nacional de Etica en la Ciencia en su
recomendación para crear una comisión de expertos que analice los
riesgos del uso del glifosato.
El investigador había
decidido estudiar los efectos del herbicida sobre la placenta humana
después de que un relevamiento epidemiológico de la Universidad de
Carleton (Canadá), realizado en la provincia de Ontario, vinculara la
exposición al glifosato (ingrediente base del Roundup) con el riesgo de
abortos espontáneos y partos prematuros. Mediante pruebas de
laboratorio, en 2005, Seralini confirmó que en dosis muy bajas el
Roundup provoca efectos tóxicos en células placentarias humanas y en
células de embriones. El estudio, publicado en la revista Environmental
Health Perspectives, precisó que el herbicida mata una gran proporción
de esas células después de sólo dieciocho horas de exposición a
concentraciones menores que las utilizadas en el uso agrícola.
Señalaba
que ese hecho podría explicar los abortos y nacimientos prematuros
experimentados por trabajadoras rurales. También resaltaba que en
soluciones entre 10 mil y 100 mil veces más diluidas que las del
producto comercial ya no mataba las células, pero bloqueaba su
producción de hormonas sexuales, lo que podría provocar en fetos
dificultades en el desarrollo de huesos y el sistema reproductivo.
Alertaba sobre la posibilidad de que el herbicida sea perturbador
endocrino y, por sobre todo, instaba a la realización de nuevos
estudios. Sólo obtuvo la campaña de desprestigio.
En 2007
difundió nuevos avances. “Hemos trabajado en células de recién nacidos
con dosis del producto cien mil veces inferiores a las que cualquier
jardinero común está en contacto. El Roundup programa la muerte de las
células en pocas horas”, había declarado Seralini a la agencia de
noticias AFP. Resaltaba que “los riesgos son sobre todo para las
mujeres embarazadas, pero no sólo para ellas”.
En diciembre
último, la revista norteamericana Investigación Química en Toxicología
(de la American Chemical Society –Sociedad Química Americana–) le
otorgó a Seralini once páginas para difundir su trabajo, ya finalizado.
Focalizó en células humanas de cordón umbilical, embrionarias y de la
placenta. La totalidad de las células murieron dentro de las 24 horas
de exposición a las variedades de Roundup. “Se estudió el mecanismo de
acción celular frente a cuatro formulaciones diferentes de Roundup
(Express, Bioforce o Extra, Gran Travaux y Gran Travaux Plus). Los
resultados muestran que los cuatro herbicidas Roundup, y el glifosato
puro, causan muerte celular. Confirmado por la morfología de las
células después del tratamiento se determina que, incluso a las más
bajas concentraciones, causa importante muerte celular”, denuncia en la
publicación, que precisa que aun con dosis hasta diez mil veces
inferiores a las usadas en agricultura el Roundup provoca daño en
membranas celulares y muerte celular. También confirmó el efecto
destructivo del glifosato puro, que en dosis 500 veces menores a las
usadas en los campos induce a la muerte celular.
Gilles-Eric
Seralini tiene 49 años, nació en Argelia, vive en Caen, investiga la
toxicidad de variedades transgénicas y herbicidas, es consultor de la
Unión Europea en OGM y es director del Consejo Científico del Comité de
Investigación e Información sobre Ingeniería Genética (Criigen). “He
publicado tres artículos en revistas científicas norteamericanas de
ámbito internacional, junto con investigadores que hacían su doctorado
en mi laboratorio, sobre la toxicidad de los herbicidas de la familia
del Roundup sobre células humanas de embriones, así como de placenta, y
sobre células frescas de cordones umbilicales, las cuales llevaron a
los mismos resultados, aunque fueran diluidas hasta cien mil veces.
Confirmamos que los herbicidas Roundup estimulan el suicidio de las
células humanas. Me especializo en los efectos de los OGM y sabemos que
el cáncer, las enfermedades hormonales, nerviosas y reproductivas
tienen relación con los agentes químicos de los OGM. Además, estos
herbicidas perturban la producción de hormonas sexuales, por lo cual
son perturbadores endocrinos”, afirma Seralini.
“El
glifosato es menos tóxico para las ratas que la sal de mesa ingerida en
gran cantidad”, señalaba hace una década la publicidad de Monsanto,
citada en la extensa investigación periodística El Mundo según
Monsanto, de Marie-Monique Robin. En el capítulo cuatro, llamado “Una
vasta operación de intoxicación”, Seralini es contundente: “El Roundup
es un asesino de embriones”. Hecho confirmado con la finalización de
sus ensayos, en diciembre de 2008.
La contundencia y
difusión del trabajo provocaron que la compañía de agrotóxicos más
poderosa del mundo rompiera su silencio –a pesar de que su política
empresarial es no responder estudios o artículos que no le sean
favorables–. Mediante un comunicado, y ante la agencia de noticias AFP,
Monsanto Francia volvió a deslegitimar al científico. “Los trabajos
efectuados regularmente por Seralini sobre Roundup constituyen un
desvío sistemático del uso normal del producto con el fin de
denigrarlo, a pesar de que se ha demostrado su seguridad sanitaria
desde hace 35 años en el mundo.”
La antigüedad del producto
en el mercado es el mismo argumento utilizado en la Argentina por los
defensores del modelo de agronegocios. Las organizaciones
ambientalistas remarcan que esa defensa tiene su propio callejón sin
salida. El PCB (químico usado en transformadores eléctricos y
producido, entre otros, por Monsanto) también se utilizó durante
décadas. Recibió cientos de denuncias y se lo vinculó con cuadros
médicos graves, pero las empresas continuaban defendiendo su uso basado
en la antigüedad del producto. Hasta que la presión social obligó a los
Estados a realizar estudios y, con los resultados obtenidos, se
prohibió su uso. “Con el glifosato pasará lo mismo”, retrucan las
organizaciones.
–Luego de una investigación en la
Argentina del doctor Andrés Carrasco, en la que confirmó el efecto
devastador en embriones anfibios, las empresas del sector reaccionaron
con intimidaciones, amenazas y presiones. ¿Le suena familiar?
–Sí,
y mucho. Con mis investigaciones las empresas también reaccionaron muy
mal. En lugar de criticar a los investigadores, una gran empresa
responsable que no tiene ninguna capacitación en toxicología tendría
que ponerse en duda e investigar. En diciembre de 2008, cuando se
publicó nuestro último artículo, el Departamento de Comunicación de
Monsanto dijo que estábamos desviando el herbicida de su función, ya
que no fue hecho para actuar sobre células humanas. Este argumento es
estúpido, no merece otro calificativo. Es muy sorprendente que una
multinacional tan importante admitiera, con ese argumento, que no
conduce ensayos de su herbicida con dosis bajas sobre células humanas
antes de ponerlo en el mercado. Se debiera prohibir el producto nada
más que por ese reconocimiento corporativo.
–¿Cuál fue el papel de los medios de comunicación en sus descubrimientos?
–Diarios
y televisiones han hablado de nuestros estudios, dan cuenta de que el
mundo está deteriorándose a causa de estos contaminantes y que muchas
enfermedades desencadenadas por productos químicos ya se ven también en
los animales y reducen dramáticamente la biodiversidad. Pero también
hay que tener presente que el lobby de las empresas es muy fuerte,
hacen llegar a los medios de comunicación informaciones contradictorias
que finalmente desinforman a la opinión pública e influyen en gobiernos.
En
1974, Monsanto había sido autorizada a comercializar el herbicida
Roundup, “que pasaría a convertirse en el herbicida más vendido del
mundo”, se ufana la publicidad de la empresa. En 1981 la compañía se
estableció como líder en investigación biotecnología, pero recién en
1995 fue aprobada una decena de sus productos modificados
genéticamente, entre ellos la “Soja RR (Roundup Ready)”, resistente al
glifosato. Monsanto promocionaba el Roundup como “un herbicida seguro y
de uso general en cualquier lugar, desde céspedes y huertos hasta
grandes bosques de coníferas”. También sostenía que el herbicida era
biodegradable. Pero en enero de 2007 fue condenada por el tribunal
francés de Lyon a pagar multas por el delito de “publicidad engañosa”.
Los estudios de Seralini fueron utilizados como prueba, junto a otras
investigaciones. La Justicia de Francia hizo eje en la falsa propiedad
biodegradable del agrotóxico y hasta dio un paso más: afirmó que el
Roundup “puede permanecer de forma duradera en el suelo e incluso
extenderse a las aguas subterráneas”.
Frente a la campaña
de desprestigio, Seralini recibió el apoyo de la Procuración General de
Nueva York (que había ganado otro juicio contra Monsanto, también por
publicidad engañosa). La revista científica Environmental Health
Perspectives publicó un editorial para destacar sus descubrimientos y
la revista Chemical Research in Toxicology propuso publicar el esquema
completo del modo de acción toxicológico. “Monsanto siempre entregó
estudios ridículos sobre el glifosato solo, mientras el Roundup es una
mezcla mucho más tóxica que el glifosato solo. El mundo científico lo
sabe, pero muchos prefieren no ver o atacar los descubrimientos. Sin
embargo, la empresa sostenía que era inocuo. Hemos confirmado que los
residuos de Roundup representan los principales contaminantes de las
aguas de los ríos o de superficie. Por otro lado, recibimos apoyo de
parte de investigadores que encontraron efectos similares, explicando
así abortos naturales y desastres en las faunas autóctonas”, explica
Seralini.
Con un mercado concentrado y una facturación
sideral, la industria transgénica es denunciada por su poder de
incidencia con quienes deben controlarla. Hasta la Agencia de
Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos (el ámbito de control
competente) es acusada de haber cedido a sus presiones. En agosto de
2006, líderes sindicales de la EPA acusaron a las autoridades del
organismo de ceder ante la presión política y permitir el uso de
químicos perjudiciales. “Se corren graves riesgos en fetos,
embarazadas, niños y ancianos”, denunciaban. La EPA había omitido
estudios científicos que contradecían los patrocinados por la industria
de los pesticidas. “La dirección de la EPA prioriza la industria de la
agricultura y los pesticidas antes que nuestra responsabilidad para
proteger la salud de nuestros ciudadanos”, finalizaba el comunicado.
Seralini
remarca el poder económico de las agroquímicas y recuerda que las ocho
mayores compañías farmacéuticas son las ocho mayores compañías de
pesticidas y de OGM, entre las que Monsanto tiene un papel protagónico.
Por eso reclama la realización urgente de test sobre animales de
laboratorio durante dos años, como –según explica– sucede con los
medicamentos en Europa. “Hay un ingrediente político y económico en el
tema, claramente, donde las compañías están detrás”, denuncia. Se
reconoce un obsesivo del trabajo, advierte que desde hace una década
analiza a diario todos los informes europeos y estadounidenses de
controles sanitarios de OGM. Y no duda: “Los únicos que hacen test son
las propias compañías, porque son ensayos carísimos. Las empresas y los
gobiernos no dejan ver esos trabajos. Esos estudios debieran ser
realizados por universidades públicas y debieran ser públicos”.
“Llevo
25 años trabajando sobre las perturbaciones de los genes, de las
células y de los animales provocadas por medicamentos y contaminantes.
Advertimos el peligro existente y proponemos estudios públicos. Pero en
lugar de profundizar estudios y reconocernos como científicos nos
quieren restar importancia académica llamándonos ‘militante
ambientalista’. Tenemos claro que el ataque proviene de empresas que,
si se hacen los estudios, deberán retirar sus productos del mercado”,
denuncia Seralini, que en la actualidad advierte sobre el efecto
sanitario no ya de los agrotóxicos, sino de los alimentos transgénicos
y sus derivados. Recuerda que con el maíz transgénico (también tratado
con Roundup) se alimentan los animales que luego come la población
(pollos, vacas, conejos y cerdos) y explica que todos los productos que
contienen azúcar de maíz (salsas, caramelos, chocolates y gaseosas,
entre otros) deben ser objeto de urgentes estudios.
“Llevamos
años trabajando sobre la toxicidad de los principales contaminantes.
Hemos confirmado que el Roundup es también el principal contaminante de
los OGM alimentarios, como la soja o el maíz transgénico, lo que puede
conllevar a un problema de intoxicación de los alimentos a largo
plazo.” La afirmación de Seralini va en sintonía con las denuncias de
centenares de organizaciones sociales, urbanas y rurales, y movimientos
internacionales como la Vía Campesina (colectivo internacional de
campesinos, indígenas, sin tierra y trabajadores agrícolas), que exigen
alimentos sanos.
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